Por Gilberto López Y Rivas
La historia del México contemporáneo está
marcada por crímenes de Estado y lesa humanidad, como el que se llevó a cabo
hace 52 años en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco para aniquilar,
literalmente a sangre y fuego, el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968. Esta
masacre, planeada desde la cúspide del poder político-militar, no ha sido
investigada, ni mucho menos sus responsables llevados ante la justicia, a pesar
de que, por su naturaleza, estos crímenes son imprescriptibles y no pueden ser
objeto de amnistía.
El ataque contra una multitud
pacífica e indefensa se realizó con todos los agravantes de ley: premeditación,
alevosía y ventaja, participando como autores materiales tropas del Ejército en
uniforme, y sin uniforme, esto es, el agrupamiento con ropas civiles denominado Batallón Olimpia, así como
francotiradores apostados en azoteas de edificios próximos, además de los
agentes de cuerpos policiacos y de inteligencia. Los autores intelectuales más
señalados son el ex presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz; su secretario
de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez; los mandos superiores del Estado Mayor
Presidencial y de la Secretaría de la Defensa Nacional, así como altos
funcionarios de la policía y del entonces Departamento del Distrito Federal.
El Movimiento del 68 es
culminación de una década de intensas luchas populares a partir de la huelga
ferrocarrilera y su represión por el Ejército en 1959; la guerrilla campesina y
el asesinato de Rubén Jaramillo en 1962; el Movimiento Revolucionario del
Magisterio, encabezado por Othón Salazar; las huelgas de telegrafistas y
médicos, y el trabajo político de quienes optaban por la lucha armada bajo la
influencia del triunfo de la revolución cubana en 1959. El subcontinente
latinoamericano, de esos años, era un rosario de agrupamientos guerrilleros
activos, y en preparación, a los que no escapa México.
El Movimiento del 68 tomó a estos
militantes revolucionarios por sorpresa, dado que, a partir de posiciones
basadas en un marxismo ortodoxo, pensaban que el trabajo organizativo debería
circunscribirse a fuerzas estratégicas
, esto es, la clase obrera y
el campesinado, como aliado secundario
. El sector estudiantil,
aunque fuente de reclutamiento de esos organismos, no era considerado como un
sujeto revolucionario ni mucho menos que pudiera ser el protagonista de un
proceso de la envergadura del que se inició el 26 de julio de 1968, a raíz de
una violenta represión policiaca a la manifestación de conmemoración del asalto
al cuartel Moncada.
Antes de estallar el Movimiento,
las llamadas sociedades de alumnos
eran muy comunes entre el
estudiantado, aun en centros educativos con hegemonía de la izquierda. El
Movimiento tornó obsoletas estas estructuras que en algunos casos eran
utilizadas por el partido oficial para la cooptación de dirigentes estudiantiles,
surgiendo, en su lugar, los comités de lucha nombrados en asambleas generales,
cuyos delegados integrarían el Consejo Nacional de Huelga, que funcionó
democráticamente hasta el final sorpresivo del Movimiento.
El 68 se caracterizó por sus
magnas y combativas marchas: las de agosto y septiembre, la del silencio, la de
las antorchas. Se recuerda, en especial, la generosidad, alegría, irreverencia
e imaginación de esa generación impactada por un proceso de concientización que
le dio señal de identidad política y brújula de vida. El Movimiento se integró
principalmente por estudiantes y profesores (pero también por padres y madres
solidarios) de las distintas escuelas y facultades de la UNAM, el Politécnico,
la Escuela Nacional de Antropología e Historia, aunque se sumaron rápidamente
alumnos de educación media y superior de escuelas y universidades de diversas
procedencias sociales, e incluyeron a no pocos centros educativos privados
incorporados a las brigadas de información y propaganda que recorrían la ciudad
y constituyeron un efectivo medio de comunicación que se enfrentó con éxito a
los grandes medios controlados por el gobierno.
El Movimiento del 68 fue un
acontecimiento histórico que estremeció a diversos sectores sociales por el activismo
de las y los jóvenes estudiantes, quienes como nunca sintieron el cariño
popular no sólo en la Ciudad de México y sus alrededores, sino en todos los
estados donde el Movimiento se expandió. Se demandaban mínimas libertades
democráticas, la libertad de los presos políticos y el fin de un régimen
autoritario por parte de un Estado que nunca estuvo dispuesto a resolver el
conflicto. Se llegó hasta el final trágico decidido por el poder, hasta
Tlatelolco, donde se aprendió el significado de la dignidad y de luchas que no
claudican, y que fructifican hasta hoy en día.
La matanza del 2 de octubre
cimbró para siempre a una generación que guarda en su memoria una lección
indeleble: las clases dominantes recurren al uso de la violencia genocida si
consideran amenazados sus intereses y privilegios.
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