domingo, 22 de agosto de 2021

20 años después: algunos apuntes sobre guerra, contrainsurgencia y antropología

 

Se considera a menudo la antropología como una colección de hechos curiosos, que narra el aspecto peculiar de gentes exóticas y describe sus extrañas costumbres y creencias. Se la considera como una diversión entretenida, evidentemente sin ninguna influencia sobre la manera de vivir de las comunidades civilizadas. Esta opinión es equivocada. Y lo que es más, espero demostrar que una clara comprensión de los principios de la antropología ilumina los procesos sociales de nuestra propia época y puede mostrarnos, si estamos dispuestos a escuchar sus enseñanzas, lo que debemos hacer y lo que debemos evitar                                                                                     FRANZ BOAS (1928)

 





Imagen libro: Estudiando la Contrainsurgencia de Estados Unidos
Gilberto López y Rivas, 2012

Sergio Fernández


Durante el transcurso del siglo XX, distintas agencias gubernamentales en Estados Unidos han contado con  la presencia de antropólog@s entre sus filas, convirtiendo al conocimiento antropológico en un producto político de relevancia.

David Price, en el artículo "Antropólogos como espías alude a la carta enviada por Franz Boas al periódico “The Nation” en la cual se refería al ejercicio de algunos colegas que “han prostituido la ciencia utilizándola para encubrir sus actividades como espías”. La carta de Boas denunciaba actividades de espionaje en Centroamérica, por un grupo de antropólogos estadounidenses durante la Primera Guerra, denuncia que le costó la sanción y censura por parte de la Asociación Americana de Antropología (AAA)

En otro texto,  Price, también se detiene en la participación de antropólog@s estadounidenses en tareas de inteligencia,  durante la Segunda Guerra Mundial cuando

"más de dos docenas de antropólogos trabajaron para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), la predecesora institucional de la CIA, y realizaron una serie de tareas que iban desde operaciones clandestinas al análisis de propaganda desde sus escritorios. Por primera vez, puedo describir un documento de la OSS de 1943: el “Informe preliminar sobre antropología japonesa”, que revela que antropólogos del tiempo de la Segunda Guerra Mundial recomendaron medios específicos a la cultura y la raza para matar a soldados y civiles japoneses. Su informe trató de determinar si existían “características físicas que diferencian a los japoneses de una manera que haga que esas diferencias sean significativas desde el punto de vista de la realización de la guerra”. Sigue siendo confidencial quién escribió el informe, pero una lista de los eruditos consultados por la OSS incluye a antropólogos como Clyde Kluckhohn, Fred Hulse, Duncan Strong, Ernest Hooton, C. M. Davenport, Wesley Dupertuis, y Morris Steggerda. (…) Dos antropólogos, Ralph Linton y Harry Shapiro, se negaron a considerar siquiera el pedido de la OSS – pero ellos fueron las excepciones (…) El informe estudió una serie de características físicas y culturales japonesas para determinar si era posible producir armas que explotaran particularidades ‘raciales’ identificables. El estudio examinó peculiaridades anatómicas y estructurales, atributos fisiológicos japoneses, la susceptibilidad japonesa a enfermedades, y posibles debilidades en la constitución japonesa o “debilidades nutricionales”.

 

El mismo artículo reproduce parte del contenido del informe que, entre otras alusiones a las características físicas,  también recomienda atacar el suministro de arroz japonés:

Sería igual de importante un ataque planificado contra los suministros de arroz de nuestro oponente. Ya que el arroz almacenado tiende a perder gran parte de su vitamina B, los japoneses no pueden acumular fácilmente grandes reservas, así que nuestras energías deberían orientarse hacia la destrucción de cultivos en crecimiento que estén a punto de madurar. Además, se obtendrían mejores resultados si se atacaran los cultivos de arroz en el propio Japón cada vez que sea posible, ya que esto obligaría al enemigo a depender más y más de arroz importado, incrementando materialmente sus crecientes problemas de transporte marítimo.

 

El antropólogo Clyde Kluckhohn (1949), sobre quien volveremos más adelante, también procura argumentar sobre la importancia de la antropología y las recomendaciones que Estados Unidos debería llevar en cuenta:

Los antropólogos mostraron que es casi siempre más eficaz, a la larga, conservar alguna continuidad en la organización social existente y efectuar una reorganización partiendo de la base establecida (…) Si los Estados Unidos y sus aliados querían abolir la monarquía, podía ser abolida con el tiempo por los mismos japoneses, si manipulábamos con destreza la situación y adoptábamos un programa educativo sagaz (Kluckhohn 1949. 183).

 

El aporte del conocimiento antropológico durante la guerra, queda resumido en palabras de Kluckhohn, en la eficacia para la comprensión de la naturaleza y culturas tanto de las naciones enemigas como aliadas 

De la misma manera que el conocimiento de nuestra naturaleza y el de la naturaleza de nuestros enemigos fue un arma potente en el arsenal de la guerra psicológica, en la manipulación política, e incluso en la regulación y el carácter de nuestras operaciones militares, así también el conocimiento de las culturas de nuestros aliados nos ayudó a salvar los puntos más difíciles de la acción combinada y a mantener una unidad eficaz durante la guerra (Kluckhohn 1949: 185) 

 

     Los usos del relativismo cultural muestran a la antropología como algo más que una ciencia dedicada a la investigación social y cultural. O, dicho de otra manera, la producción antropológica ha sido parte de un programa en el que el conocimiento sobre lo cultural era importante para acompañar las acciones militares. La antropología aparece así durante la guerra como un arma de combate que no sólo asesora a los mandos militares, sino que apunta a caracterizar a los pueblos como dueños de una cultura propia, homogénea y totalizada.

La controvertida obra de Ruth Benedict, “El crisantemo y la espada”, publicada en 1946, analiza aspectos de la sociedad japonesa brindando recomendaciones al Departamento de Estado norteamericano para la intervención en Japón.

(…) era vital hallar respuesta a una multitud de preguntas sobre nuestro enemigo, el Japón. Era importante saber si la solución al conflicto sería militar o diplomática, si sería resuelto por medio de la alta política o por medio de octavillas arrojadas detrás de las líneas japonesas. En la lucha desesperada que el Japón estaba llevando a cabo, nos era necesario conocer no sólo los objetivos y motivaciones de quienes ostentaban el poder en Tokio, no sólo la larga historia del Japón y las estadísticas económicas y militares; también debíamos saber hasta qué punto podía contar su Gobierno con el pueblo. Debíamos tratar de comprender la mentalidad de los japoneses, sus emociones y las líneas de conducta correspondientes a esas formas de pensar y sentir. Había que conocer las motivaciones que se ocultaban tras sus actos y opiniones. Debíamos dejar de lado, por el momento, las premisas sobre las que nosotros, americanos, actuábamos y evitar por todos los medios el suponer que, en una situación determinada, ellos reaccionarían del mismo modo que nosotros Mi tarea era difícil. Los Estados Unidos y el Japón estaban en guerra, y en tiempo de guerra resulta fácil condenar las actitudes del enemigo, pero difícil tratar de ver cómo percibe el enemigo las cosas a través de sus propios ojos. (Benedict, 2006: 11).

 

La investigación encargada a Ruth Benedict en 1944 muestra el modo en que la antropología social puede participar en la comprensión de un “otro”. En este caso un enemigo a quien resultaba indispensable conocer y comprender “a través de sus propios ojos”. La misión de Benedict, en este sentido, contribuye a explicar, buena parte de las preguntas por usos y destinos del saber antropológico así como algunas de sus particularidades. Por un lado, las autoridades de áreas relacionadas con la Oficina de Información de Guerra comprendieron que la antropología podía aportar, desde su visión culturalista y de acuerdo a la primacía relativista de entonces, una mirada capaz de definir el carácter, la personalidad, la conducta y lo concerniente a la cultura japonesa. La antropología podría, según permite deducir Benedict, arribar a conclusiones libres de etnocentrismo y acercarse al denominado punto de vista nativo.

Lo que Estados Unidos no puede hacer —lo que ninguna nación extranjera puede hacer— es crear por mandato un Japón libre y democrático. Los resultados han sido siempre negativos al tratarse de un país dominado. Ningún extranjero puede decretarle a un pueblo que no comparte ni sus hábitos ni sus creencias una manera de vivir que no es más que el reflejo de la propia. A los japoneses no se les puede obligar mediante leyes a aceptar la autoridad de personas elegidas e ignorar el “lugar correspondiente” según está establecido en su sistema jerárquico. No se les puede obligar tampoco a adoptar esa libertad en las relaciones humanas a la que nosotros estamos acostumbrados, ni nuestra exigencia imperativa de ser independientes o la pasión que cada individuo tiene por elegir su pareja, su trabajo, la casa donde desea vivir o las obligaciones que piensa asumir. (Benedict, 2006: 226)

 

La obra de Ruth Benedict interpela a los Estados Unidos recomendando evitar la imposición de sus valores y normas culturales a Japón. No obstante, su obra representa un aspecto controversial para la antropología y el uso de la ciencia con fines bélicos y de inteligencia. Por otra parte, su trabajo se basó tanto en la realización de entrevistas con inmigrantes japoneses como en el estudio de informes surgidos de las investigaciones realizadas por el propio Gobierno estadounidense en Japón.

La discusión acerca de las buenas prácticas en antropología, implica poner en consideración las coyunturas políticas, económicas e históricas que hacen a la producción de conocimiento. El vínculo de la antropología con las oficinas de guerra y asuntos relativos a los servicios de inteligencia, da cuenta de la interpretación que aquellas áreas han hecho de la antropología y de los frutos que podrían obtener de su relación con la investigación social y cultural.

La búsqueda de antropólog@s para áreas de inteligencia ha sido una constante durante el siglo XX. En tiempos de la Guerra Fría, se creó en Estados Unidos el Centro de Investigaciones sobre Rusia  dirigido por el citado antropólogo Clyde Kluckhohn. En ese marco, la preocupación por la influencia comunista en occidente requirió de la presencia de antropólogos, que acompañaron también a otros cientistas sociales; es así que también en América Latina, la antropología, junto a otras ciencias sociales, intervino en procesos de contrainsurgencia.

El Proyecto Camelot llevado adelante en Chile fue un plan del Departamento del Ejército de Estados Unidos cuyo objetivo era contribuir con Gobiernos de los llamados países en vías de desarrollo, en su lucha contra la insurgencia. Fue llevado a cabo tras un contrato de investigación con la Universidad Americana de Washington.

El ejército de los Estados Unidos tiene una misión importante en los aspectos positivos y constructivos de la formación de naciones en países menos desarrollados y tiene además la responsabilidad de auxiliar a los gobiernos amigos a solucionar los problemas de la insurgencia activa (Gazzotti, 2003: 145).

 

El Proyecto Camelot fue puesto en marcha en 1964, en tiempos en que Chile atravesaba un clima electoral que luego llevaría a la Presidencia al representante del Partido Demócrata Cristiano, Eduardo Frei, venciendo al socialista Salvador Allende. Las repercusiones del Proyecto Camelot y las denuncias sobre su finalidad contrainsurgente, llevaron a que sea debatido en el propio Congreso Nacional y que fuera finalmente cancelado en 1965 por el propio ejército estadounidense.

El trabajo de colaboración de antropólog@s con los servicios de inteligencia muestra el grado de “utilidad”, que estas agencias, han encontrado en la producción antropológica para fines bélicos y de contrainsurgencia. Estos ejemplos muestran otros de los posibles usos del conocimiento antropológico, dando cuenta, una vez más, del lugar político de la disciplina, sus conceptos y problemas. 

Quizás la antropología estadounidense presente los ejemplos más contundentes respecto al debate sobre la cuestión ética. Los usos y destinos del saber antropológico no han estado ajenos a las propias prácticas políticas de los Estados Unidos en el mundo y que han tenido que ver con la participación de antropólog@s en tareas de contrainsurgencia dando dado lugar a intensos debates al interior de la propia comunidad antropológica estadounidense.

Tales acciones crearon la necesidad de establecer principios y normativas éticas que, no sin tensiones, han salido a la luz. La década de 1990 y los primeros años del siglo XXI han encontrado a la A.A.A. debatiendo, y (re) creando distintos códigos de ética con la pretensión de darle un marco institucional y normativo al ejercicio profesional. No obstante, la sanción de códigos de ética produce, muchas veces, conflictos y desacuerdos que, en el caso de la antropología, dificultan consensuar una reglamentación con ciertos valores universales y compartidos. Para Gazzotti (2003), la discusión en torno a la ética en la antropología estadounidense pasó de ser una preocupación por el impacto de las investigaciones sobre las poblaciones con que se trabajan, a una consideración actual que pone el acento en “omitir ciertas declaraciones que pudieran resultar problemáticas para un mercado laboral cada vez más competitivo (…) y a construir la responsabilidad profesional en una decisión individual” (2003: 159)

La referencia a la antropología estadounidense constituye un aspecto difícil de obviar, considerando las implicancias de la disciplina como parte activa en las políticas de inteligencia y de contrainsurgencia que han caracterizado a la historia de los Estados Unidos durante los siglos XX y XXI.

El caso Human Terrain System


Con el advenimiento del nuevo milenio, la antropología, ha sido puesta, una vez más, bajo la lupa. La A.A.A. ha condenado el uso de la antropología con fines militares. En su publicación del 5 de octubre de 2007, el periódico The New York Times publicó un artículo de David Rhode titulado “El Ejército enlista a la Antropología enzonas de guerra”. Se trata de la participación de antropólogos en operaciones de contrainsurgencia junto a las tropas de los Estados Unidos en Afganistán e Irak. Por esta razón la AAA ha manifestado su condena unánime hacia “el uso del conocimiento antropológico como elemento de tortura física y psicológica” (López y Rivas, 2012: 26). Bajo lo que es una suerte de manual de introducción a la Antropología Social, la antropóloga Dra. Montgomery McFate es una de las autoras del “Sistema Operativo de Investigación Humana en el Terreno” (HTS, por sus siglas en inglés: "Human Terrain System"). McFate ha sido duramente cuestionada por la mayor entidad que nuclea a l@s antropólog@s en Estados Unidos. Su trabajo es catalogado como de contrainsurgencia y mercenario. No obstante, en su defensa frente a las críticas, sostuvo que: se impuso la tarea de ‘educar’ a los militares y cuya misión en los últimos cinco años ha sido convencer a los estrategas de la contrainsurgencia de que la “antropología puede ser un arma más efectiva que la artillería” (López y Rivas, 2012: 27). Asimismo, McFate, aduce en su favor que sus colegas de la academia se encuentran “encerrados en una torre de marfil y más ‘interesados en elaborar resoluciones que en encontrar soluciones’ (2012: 27)

El citado manual forma parte de un entrenamiento intelectual para los soldados a fin de que logren comprender los aspectos culturales de las poblaciones:

El conocimiento cultural es esencial para emprender una exitosa contrainsurgencia. Las ideas americanas (sic) de lo que es ‘normal’ o ‘racional’ no son universales. Por el contrario, miembros de otras sociedades frecuentemente tienen diferentes nociones de racionalidad, conducta apropiada, niveles de devoción religiosa, y normas concernientes al género (López y Rivas, 2012: 36).

 


El programa HTS se ha incluido además en el marco de un programa interdisciplinario de defensa estadounidense: The Minerva Research Iniciative, “con el objetivo central de lograr una comprensión más profunda de las dinámicas sociales, culturales y políticas que dan forma a las regiones de interés estratégico (para el gobierno de ese país) alrededor del mundo”

El  HTS ha sido clausurado luego de las fuertes críticas recibidas por parte de colegas y que han bregado para lograr su cierre, oficialmente declarado en el mes de junio de 2015, aunque sin brindar demasiadas explicaciones del asunto.

El rol de algun@s antropólog@s al servicio de proyectos de contrainsurgencia y de planes imperiales ha sido denunciado abiertamente por el recientemente fallecido Marshall Sahlins:Lo que es tan increíble como reprobable es que los antropólogos deban participar en tales proyectos de dominación cultural, es decir, como colaboradores voluntarios en la imposición enérgica de los valores y formas gubernamentales estadounidenses”

A los ejemplos de la antropología estadounidense y sus debates le están faltando otros capítulos que no han sido abordados aquí. Pero a veinte años de que el mundo comenzara a escuchar repetidamente la palabra “Talibán” y donde  civilización y barbarie vuelven a aparecer como una preocupación, a la que se reducen muchas de las conclusiones de políticos y medios de comunicación tras aparecer nuevamente aquel fantasma, es necesario recordar  algunos ejemplos en los cuales la antropología y antrópolog@s formamos parte del universo geopolítico. De qué manera “la politización de la cultura” (Wright, 2008) con sus múltiples definiciones abordadas en nuestra disciplina, juega dentro del tablero del capitalismo mundial. ¿En qué medida, lo sucedido en estas últimas dos décadas también nos interpela a l@s antropólog@s más allá de posturas individuales?. El apasionante desafío de pensar la relación entre política y antropología y la posibilidad de plantear la transformación como pregunta antropológica, continúa vigente. Una vez más, el concepto de cultura y junto a él, la cuestión sobre la diversidad y el orientalismo rondan los discursos de políticos, analistas, economistas y vari@s otr@s exhibidos en pantallas y textos. Los mismos conceptos por los cuales, quizá, la antropología haya sido invitada a participar.




 Bibliografía

Benedict, Ruth (2006) El crisantemo y la espada. Patrones de la cultura japonesa. Madrid:
Alianza

Kluckhohn Clyde (1949) Antropología. México D.F: Fondo de Cultura Económica

López y Rivas, Gilberto (2012) Estudiando la contraisurgencia de los Estados Uinidos. 
México: Semilla Rubí

Wrigh, Susan (1998) “La politización de la cultura”. En: Anthropology Today Vol. 14 No 1

 



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