Se considera a menudo la antropología como una colección de hechos curiosos, que narra el aspecto peculiar de gentes exóticas y describe sus extrañas costumbres y creencias. Se la considera como una diversión entretenida, evidentemente sin ninguna influencia sobre la manera de vivir de las comunidades civilizadas. Esta opinión es equivocada. Y lo que es más, espero demostrar que una clara comprensión de los principios de la antropología ilumina los procesos sociales de nuestra propia época y puede mostrarnos, si estamos dispuestos a escuchar sus enseñanzas, lo que debemos hacer y lo que debemos evitar FRANZ BOAS (1928)
Durante el transcurso
del siglo XX, distintas agencias gubernamentales en Estados Unidos han contado
con la presencia de antropólog@s entre sus filas, convirtiendo al
conocimiento antropológico en un producto político de relevancia.
David Price, en el artículo "Antropólogos como espías alude a la carta enviada por Franz Boas al periódico “The Nation” en la cual se refería al ejercicio de algunos colegas que “han prostituido la ciencia utilizándola para encubrir sus actividades como espías”. La carta de Boas denunciaba actividades de espionaje en Centroamérica, por un grupo de antropólogos estadounidenses durante la Primera Guerra, denuncia que le costó la sanción y censura por parte de la Asociación Americana de Antropología (AAA)
En otro texto, Price, también se detiene en la participación de antropólog@s estadounidenses en tareas de inteligencia, durante la Segunda Guerra Mundial cuando
"más de dos docenas de
antropólogos trabajaron para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), la
predecesora institucional de la CIA, y realizaron una serie de tareas que iban
desde operaciones clandestinas al análisis de propaganda desde sus
escritorios. Por primera vez, puedo describir un documento de la OSS de
1943: el “Informe preliminar sobre antropología japonesa”, que revela que
antropólogos del tiempo de la Segunda Guerra Mundial recomendaron medios
específicos a la cultura y la raza para matar a soldados y civiles japoneses.
Su informe trató de determinar si existían “características físicas que
diferencian a los japoneses de una manera que haga que esas diferencias sean
significativas desde el punto de vista de la realización de la guerra”. Sigue
siendo confidencial quién escribió el informe, pero una lista de los eruditos
consultados por la OSS incluye a antropólogos como Clyde Kluckhohn, Fred Hulse,
Duncan Strong, Ernest Hooton, C. M. Davenport, Wesley Dupertuis, y Morris
Steggerda. (…) Dos antropólogos, Ralph Linton y Harry Shapiro, se negaron a considerar
siquiera el pedido de la OSS – pero ellos fueron las excepciones (…) El informe
estudió una serie de características físicas y culturales japonesas para
determinar si era posible producir armas que explotaran particularidades
‘raciales’ identificables. El estudio examinó peculiaridades anatómicas y
estructurales, atributos fisiológicos japoneses, la susceptibilidad japonesa a
enfermedades, y posibles debilidades en la constitución japonesa o “debilidades
nutricionales”.
El mismo
artículo reproduce parte del contenido del informe que, entre otras
alusiones a las características físicas, también recomienda atacar el suministro de
arroz japonés:
Sería igual de
importante un ataque planificado contra los suministros de arroz de nuestro
oponente. Ya que el arroz almacenado tiende a perder gran parte de su
vitamina B, los japoneses no pueden acumular fácilmente grandes reservas, así
que nuestras energías deberían orientarse hacia la destrucción de cultivos en
crecimiento que estén a punto de madurar. Además, se obtendrían mejores
resultados si se atacaran los cultivos de arroz en el propio Japón cada vez que
sea posible, ya que esto obligaría al enemigo a depender más y más de arroz
importado, incrementando materialmente sus crecientes problemas de transporte
marítimo.
El antropólogo Clyde Kluckhohn (1949), sobre quien volveremos más adelante, también procura argumentar sobre la importancia de la antropología y las recomendaciones que Estados Unidos debería llevar en cuenta:
Los antropólogos
mostraron que es casi siempre más eficaz, a la larga, conservar alguna
continuidad en la organización social existente y efectuar una reorganización
partiendo de la base establecida (…) Si los Estados Unidos y sus aliados
querían abolir la monarquía, podía ser abolida con el tiempo por los mismos
japoneses, si manipulábamos con destreza la situación y adoptábamos un programa
educativo sagaz (Kluckhohn 1949. 183).
El aporte del
conocimiento antropológico durante la guerra, queda resumido en palabras de
Kluckhohn, en la eficacia para la comprensión de la naturaleza y culturas tanto
de las naciones enemigas como aliadas
De la misma manera
que el conocimiento de nuestra naturaleza y el de la naturaleza de nuestros
enemigos fue un arma potente en el arsenal de la guerra psicológica, en la
manipulación política, e incluso en la regulación y el carácter de nuestras
operaciones militares, así también el conocimiento de las culturas de nuestros
aliados nos ayudó a salvar los puntos más difíciles de la acción combinada y a
mantener una unidad eficaz durante la guerra (Kluckhohn 1949: 185)
Los usos del relativismo cultural muestran a la antropología como algo más que una ciencia dedicada a la investigación social y cultural. O, dicho de otra manera, la producción antropológica ha sido parte de un programa en el que el conocimiento sobre lo cultural era importante para acompañar las acciones militares. La antropología aparece así durante la guerra como un arma de combate que no sólo asesora a los mandos militares, sino que apunta a caracterizar a los pueblos como dueños de una cultura propia, homogénea y totalizada.
La controvertida obra
de Ruth Benedict, “El crisantemo y la espada”, publicada en 1946,
analiza aspectos de la sociedad japonesa brindando recomendaciones al
Departamento de Estado norteamericano para la intervención en Japón.
(…) era vital hallar
respuesta a una multitud de preguntas sobre nuestro enemigo, el Japón. Era
importante saber si la solución al conflicto sería militar o diplomática, si
sería resuelto por medio de la alta política o por medio de octavillas
arrojadas detrás de las líneas japonesas. En la lucha desesperada que el Japón
estaba llevando a cabo, nos era necesario conocer no sólo los objetivos y
motivaciones de quienes ostentaban el poder en Tokio, no sólo la larga historia
del Japón y las estadísticas económicas y militares; también debíamos saber
hasta qué punto podía contar su Gobierno con el pueblo. Debíamos tratar de
comprender la mentalidad de los japoneses, sus emociones y las líneas de
conducta correspondientes a esas formas de pensar y sentir. Había que conocer
las motivaciones que se ocultaban tras sus actos y opiniones. Debíamos dejar de
lado, por el momento, las premisas sobre las que nosotros, americanos, actuábamos
y evitar por todos los medios el suponer que, en una situación determinada,
ellos reaccionarían del mismo modo que nosotros Mi tarea era difícil. Los
Estados Unidos y el Japón estaban en guerra, y en tiempo de guerra resulta
fácil condenar las actitudes del enemigo, pero difícil tratar de ver cómo
percibe el enemigo las cosas a través de sus propios ojos. (Benedict,
2006: 11).
La investigación
encargada a Ruth Benedict en 1944 muestra el modo en que la antropología social
puede participar en la comprensión de un “otro”. En este caso un enemigo a
quien resultaba indispensable conocer y comprender “a través de sus propios
ojos”. La misión de Benedict, en este sentido, contribuye a explicar, buena
parte de las preguntas por usos y destinos del saber antropológico así como
algunas de sus particularidades. Por un lado, las autoridades de áreas
relacionadas con la Oficina de Información de Guerra comprendieron que la
antropología podía aportar, desde su visión culturalista y de acuerdo a la
primacía relativista de entonces, una mirada capaz de definir el carácter, la
personalidad, la conducta y lo concerniente a la cultura japonesa.
La antropología podría, según permite deducir Benedict, arribar a conclusiones
libres de etnocentrismo y acercarse al denominado punto de vista nativo.
Lo que Estados Unidos
no puede hacer —lo que ninguna nación extranjera puede hacer— es crear por
mandato un Japón libre y democrático. Los resultados han sido siempre negativos
al tratarse de un país dominado. Ningún extranjero puede decretarle a un pueblo
que no comparte ni sus hábitos ni sus creencias una manera de vivir que no es
más que el reflejo de la propia. A los japoneses no se les puede obligar
mediante leyes a aceptar la autoridad de personas elegidas e ignorar el “lugar
correspondiente” según está establecido en su sistema jerárquico. No se les
puede obligar tampoco a adoptar esa libertad en las relaciones humanas a la que
nosotros estamos acostumbrados, ni nuestra exigencia imperativa de ser
independientes o la pasión que cada individuo tiene por elegir su pareja, su
trabajo, la casa donde desea vivir o las obligaciones que piensa asumir.
(Benedict, 2006: 226)
La obra de Ruth
Benedict interpela a los Estados Unidos recomendando evitar la imposición de
sus valores y normas culturales a Japón. No obstante, su obra representa un
aspecto controversial para la antropología y el uso de la ciencia con fines
bélicos y de inteligencia. Por otra parte, su trabajo se basó tanto en la
realización de entrevistas con inmigrantes japoneses como en el estudio de
informes surgidos de las investigaciones realizadas por el propio Gobierno
estadounidense en Japón.
La discusión acerca
de las buenas prácticas en antropología, implica poner en consideración las
coyunturas políticas, económicas e históricas que hacen a la producción de
conocimiento. El vínculo de la antropología con las oficinas de guerra y
asuntos relativos a los servicios de inteligencia, da cuenta de la
interpretación que aquellas áreas han hecho de la antropología y de los frutos
que podrían obtener de su relación con la investigación social y cultural.
La búsqueda de
antropólog@s para áreas de inteligencia ha sido una constante durante el siglo
XX. En tiempos de la Guerra Fría, se creó en Estados Unidos el Centro de
Investigaciones sobre Rusia dirigido por el citado antropólogo Clyde
Kluckhohn. En ese marco, la preocupación por la influencia comunista en
occidente requirió de la presencia de antropólogos, que acompañaron también a
otros cientistas sociales; es así que también en América Latina, la
antropología, junto a otras ciencias sociales, intervino en procesos de
contrainsurgencia.
El Proyecto Camelot
llevado adelante en Chile fue un plan del Departamento del Ejército de Estados
Unidos cuyo objetivo era contribuir con Gobiernos de los llamados países en
vías de desarrollo, en su lucha contra la insurgencia. Fue llevado a cabo tras
un contrato de investigación con la Universidad Americana de Washington.
El ejército de los
Estados Unidos tiene una misión importante en los aspectos positivos y
constructivos de la formación de naciones en países menos desarrollados y tiene
además la responsabilidad de auxiliar a los gobiernos amigos a solucionar los
problemas de la insurgencia activa (Gazzotti, 2003: 145).
El Proyecto Camelot
fue puesto en marcha en 1964, en tiempos en que Chile atravesaba un clima
electoral que luego llevaría a la Presidencia al representante del Partido
Demócrata Cristiano, Eduardo Frei, venciendo al socialista Salvador Allende.
Las repercusiones del Proyecto Camelot y las denuncias sobre su finalidad
contrainsurgente, llevaron a que sea debatido en el propio Congreso Nacional y que fuera finalmente cancelado en 1965 por el propio ejército estadounidense.
El trabajo de
colaboración de antropólog@s con los servicios de inteligencia muestra el grado
de “utilidad”, que estas agencias, han encontrado en la producción
antropológica para fines bélicos y de contrainsurgencia. Estos ejemplos
muestran otros de los posibles usos del conocimiento antropológico, dando
cuenta, una vez más, del lugar político de la disciplina, sus conceptos y problemas.
Quizás la
antropología estadounidense presente los ejemplos más contundentes respecto al
debate sobre la cuestión ética. Los usos y destinos del saber antropológico no
han estado ajenos a las propias prácticas políticas de los Estados Unidos en el
mundo y que han tenido que ver con la participación de antropólog@s en tareas
de contrainsurgencia dando dado lugar a intensos debates al interior de la
propia comunidad antropológica estadounidense.
Tales acciones
crearon la necesidad de establecer principios y normativas éticas que, no sin
tensiones, han salido a la luz. La década de 1990 y los primeros años del siglo
XXI han encontrado a la A.A.A. debatiendo, y (re) creando distintos códigos de ética con la
pretensión de darle un marco institucional y normativo al ejercicio
profesional. No obstante, la sanción de códigos de ética produce, muchas veces,
conflictos y desacuerdos que, en el caso de la antropología, dificultan
consensuar una reglamentación con ciertos valores universales y compartidos.
Para Gazzotti (2003), la discusión en torno a la ética en la antropología
estadounidense pasó de ser una preocupación por el impacto de las
investigaciones sobre las poblaciones con que se trabajan, a una consideración
actual que pone el acento en “omitir ciertas declaraciones que pudieran
resultar problemáticas para un mercado laboral cada vez más competitivo (…) y a
construir la responsabilidad profesional en una decisión individual” (2003:
159)
La referencia a la antropología estadounidense constituye un aspecto difícil de obviar, considerando las implicancias de la disciplina como parte activa en las políticas de inteligencia y de contrainsurgencia que han caracterizado a la historia de los Estados Unidos durante los siglos XX y XXI.
El caso Human Terrain System
Con el advenimiento del nuevo milenio, la antropología, ha sido puesta, una vez más, bajo la lupa. La A.A.A. ha condenado el uso de la antropología con fines militares. En su publicación del 5 de octubre de 2007, el periódico The New York Times publicó un artículo de David Rhode titulado “El Ejército enlista a la Antropología enzonas de guerra”. Se trata de la participación de antropólogos en operaciones de contrainsurgencia junto a las tropas de los Estados Unidos en Afganistán e Irak. Por esta razón la AAA ha manifestado su condena unánime hacia “el uso del conocimiento antropológico como elemento de tortura física y psicológica” (López y Rivas, 2012: 26). Bajo lo que es una suerte de manual de introducción a la Antropología Social, la antropóloga Dra. Montgomery McFate es una de las autoras del “Sistema Operativo de Investigación Humana en el Terreno” (HTS, por sus siglas en inglés: "Human Terrain System"). McFate ha sido duramente cuestionada por la mayor entidad que nuclea a l@s antropólog@s en Estados Unidos. Su trabajo es catalogado como de contrainsurgencia y mercenario. No obstante, en su defensa frente a las críticas, sostuvo que: se impuso la tarea de ‘educar’ a los militares y cuya misión en los últimos cinco años ha sido convencer a los estrategas de la contrainsurgencia de que la “antropología puede ser un arma más efectiva que la artillería” (López y Rivas, 2012: 27). Asimismo, McFate, aduce en su favor que sus colegas de la academia se encuentran “encerrados en una torre de marfil y más ‘interesados en elaborar resoluciones que en encontrar soluciones’ (2012: 27)
El citado manual
forma parte de un entrenamiento intelectual para los soldados a fin de que
logren comprender los aspectos culturales de las poblaciones:
El conocimiento
cultural es esencial para emprender una exitosa contrainsurgencia. Las ideas
americanas (sic) de lo que es ‘normal’ o ‘racional’ no son universales. Por el
contrario, miembros de otras sociedades frecuentemente tienen diferentes
nociones de racionalidad, conducta apropiada, niveles de devoción religiosa, y
normas concernientes al género (López y Rivas, 2012: 36).
El programa HTS se ha
incluido además en el marco de un programa interdisciplinario de defensa
estadounidense: The Minerva Research Iniciative, “con
el objetivo central de lograr una comprensión más profunda de las dinámicas
sociales, culturales y políticas que dan forma a las regiones de interés
estratégico (para el gobierno de ese país) alrededor del mundo”
El HTS ha sido
clausurado luego de las fuertes críticas recibidas por parte de colegas y que
han bregado para lograr su cierre, oficialmente declarado en el mes de junio de
2015, aunque sin brindar demasiadas explicaciones del asunto.
El rol de algun@s
antropólog@s al servicio de proyectos de contrainsurgencia y de planes
imperiales ha sido denunciado abiertamente por el recientemente fallecido Marshall Sahlins: “Lo que es tan
increíble como reprobable es que los antropólogos deban participar en tales
proyectos de dominación cultural, es decir, como colaboradores voluntarios en
la imposición enérgica de los valores y formas gubernamentales estadounidenses”
A los ejemplos de la antropología estadounidense y sus debates le están
faltando otros capítulos que no han sido abordados aquí. Pero a veinte años de
que el mundo comenzara a escuchar repetidamente la palabra “Talibán” y donde
civilización y barbarie vuelven a aparecer como una preocupación, a la
que se reducen muchas de las conclusiones de políticos y medios de comunicación
tras aparecer nuevamente aquel fantasma, es necesario recordar algunos ejemplos
en los cuales la antropología y antrópolog@s formamos parte del universo
geopolítico. De qué manera “la politización de la cultura” (Wright, 2008) con
sus múltiples definiciones abordadas en nuestra disciplina, juega dentro del
tablero del capitalismo mundial. ¿En qué medida, lo sucedido en estas últimas
dos décadas también nos interpela a l@s antropólog@s más allá de posturas
individuales?. El apasionante desafío de pensar la relación entre política y
antropología y la posibilidad de plantear la transformación como pregunta
antropológica, continúa vigente. Una vez más, el concepto de cultura y junto a
él, la cuestión sobre la diversidad y el orientalismo rondan los discursos
de políticos, analistas, economistas y vari@s otr@s exhibidos en pantallas
y textos. Los mismos conceptos por los cuales, quizá, la antropología haya sido
invitada a participar.
Bibliografía
Benedict, Ruth (2006) El crisantemo y la espada. Patrones de la cultura
japonesa. Madrid:
Alianza
Kluckhohn Clyde (1949) Antropología.
México D.F: Fondo de Cultura Económica
López y Rivas, Gilberto (2012) Estudiando la contraisurgencia de los
Estados Uinidos.
México: Semilla Rubí
Wrigh, Susan (1998) “La politización de
la cultura”. En: Anthropology Today Vol. 14 No 1
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