Nacida en
España, formada como pedagoga, Maira Puertas Romo, ha cosechado una nutrida
experiencia en el ámbito escolar. Su interés por las formas reproducción de las
diferencias socioculturales, la ha llevado a participar activamente de
movimientos sociales y relacionarse con personas inmigrantes en su país natal.
Durante la década de 1990, con el auge de la inmigración latinoamericana en
España, participó de distintas actividades políticas y encuentros dedicados a
problemáticas de diversidad cultural y “multiculturalismo” que empezaban a formar parte de discursos y agendas oficiales
internacionales. Vinculada a una Organización No Gubernamental dedicada al
problema de desplazados políticos, llegó a Colombia donde se estableció y
comenzó su maestría en Antropología Social y cuya tesis ha dado origen al
trabajo analizado aquí.
Desde un
comienzo se traza el objetivo peguntarse por las prácticas y representaciones
mediante las cuales se expresa el racismo. Especialmente le interesa estudiar
la reproducción del mismo en el espacio escolar y las distintas formas que éste
adopta tanto en estudiantes como docentes. El desarrollo de su investigación
tiene lugar en dos instituciones educativas que le permiten abrir un amplio
abanico de edades que incluyen la niñez y la adolescencia y que intervienen en
el ámbito escolar.
Como punto de
partida de su marco teórico y
conceptual, se apoya en la noción de “violencia simbólica” de Pierre Bourdieu
según la cual la relación de dominación
se asimila y naturaliza, lo que adquiere dimensiones específicas en el contexto escolar.
El abordaje
metodológico de la autora comprende un amplio trabajo de campo con entrevistas
en profundidad y la combinación con datos cuantitativos extraídos de diferentes
relevamientos escolares, más la cuantificación de datos propios elaborados como
parte de su investigación de campo.
La justificación
de la elección del ámbito escolar, dice la autora, le permite elaborar una
propuesta antropológica en la cuál abordar la problemática del racismo
atendiendo a la diversidad de aristas que pueden desprenderse en un campo tan
heterogéneo. Desde esta propuesta, la autora intenta también romper con lo que
ella llama el “adultocentrismo que por mucho tiempo ha caracterizado y sigue
caracterizando a la disciplina antropológica” (:97). Esta perspectiva la
conduce a realizar parte de su trabajo en jardines infantiles, pretendiendo
indagar las formas en que los niños y niñas de 4 y 5 años se representan a sí
mismos las diferencias sociales. Posteriormente construye datos comparativos en
función de respuestas y observaciones con estudiantes de una escuela primaria, de edades más
avanzadas y la perspectiva de algunos docentes.
El libro está
estructurado en cinco capítulos, de los cuales dedica los primeros a explicar, por
un lado, el contexto geográfico-social de la ciudad de Bogotá en el que están
situados ambos colegios públicos y los relaciona con la propia geografía
colombiana. Posteriormente dedica todo un capítulo a problematizar conceptos
teóricos empleados para hablar de segregación racial y puntualiza en la
construcción de las nociones de “raza”, “racismo”, “racialización” y sus
contextos históricos en la construcción de alteridad y jerarquías. Los últimos capítulos hacen una pormenorizada descripción
de su actividad etnográfica y estudios de caso, desarrollados en las escuelas y
que le permitieron encontrar ciertas prácticas y discursos cuya complejidad
obligan a diferenciar entre distintas formas de expresión del racismo.
Puertas Romo
caracteriza al ámbito escolar como un espacio clave en la “reproducción de las
desigualdades, pero al mismo tiempo hallamos en ellos grandes posibilidades de
transformación de las mismas” (:7) . Una de las instituciones escolares en las
que desarrolla su investigación y a la que asisten estudiantes desde los seis
años hasta entrada la adolescencia, se encuentra ubicada en el barrio de San
Francisco. Una zona que comprende además otros barrios que en su mayoría tienen
un origen asociado a la ilegalidad y con numerosos problemas en cuanto a infraestructura,
acceso a la salud y a necesidades básicas insatisfechas y cuya población
conforma el grueso del estudiantado del colegio. La caracterización de la zona y
de su población es expresada desde cierta mirada de uniformidad por parte de
los propios docentes y que habla de una zona receptora de una migración
socio-económica proveniente de otras regiones de Colombia, desplazados por el
conflicto armado existente en el país.
La investigación
muestra que las formas en que muchos docentes de la escuela se refieren al
origen de los estudiantes afrodescendientes, puede ser una extrapolación de la
misma percepción que totaliza a la población barrial originalmente llegada de
otras regiones. En el caso de los afrodescendientes, su procedencia es ubicada
no sólo fuera de la ciudad de Bogotá sino en un espacio determinado: la región
de “El Chocó”. Una región del Pacífico vista como típicamente afrocolombiana.
Las
descripciones de la autora respecto a las miradas de los docentes acerca
de la procedencia de los afrodescendientes
se expresan en la transcripción de entrevistas que dan cuenta lo que llama una
“geografía colombiana racializada y etnizada” (:47) en la que se construyó una
idea estereotipada acerca de las personas negras cuyas reproducciones no
escapan al ámbito escolar.
El avance de la
investigación muestra la presencia de formas de construcción del “otro”
organizadas en base a una diferencia dominada por las jerarquías sociales y en
donde intervienen construcciones culturales. Describiendo una conversación con
el coordinador de primaria se refiere una apreciación que unifica geografía y cultura: “si un niño negro entra
por esa puerta se le trata igual que a los demás, pero uno no sabe si los está
violentando o no, porque no conoce su cultura” (:47).
La relación
entre cultura, raza y geografía es abordada por la autora en otro de los
capítulos del libro en el que incluye el análisis histórico y el análisis de
los discursos europeos de fines del siglo XIX y los postulados del darwinismo
social que sostenían la existencia de un determinismo ambiental y climático, de
casi nula argumentación científica en la actualidad pero presente en el sentido
común que ve a las personas negras como “perezosas y flojas en el sentido
costeño (en alusión a la costa del pacífico)” (: 49).
El trabajo
etnográfico de la autora intenta deconstruir algunos imaginarios acerca de la
igualdad y el “mito de la democracia racial” latinoamericana. Pero también y,
asociado a ello, la investigación busca mostrar que las formas de racismo
adquieren una dimensión plural dentro de la escuela, en tanto no se trata de
visiones homogéneas que se refieren explícitamente a la segregación de las
personas afrodesendientes sino de formas naturalizadas de segregación que
tienen que ver con la negación y la reproducción de estereotipos.
En “Del color de
la piel al racismo”, Puertas Romo enfatiza su intención de hacer una
“antropología de la educación” por lo que entiende que es primordial un
acercamiento a los niños de Jardín de Infantes. Su propuesta de hacer
etnografía junto a niños de 4 y 5 años le confiere un carácter un tanto
novedoso a la investigación al mismo tiempo que da lugar a ciertos
interrogantes en tanto su utilización como objetos de estudio científico.
La autora
entiende que pensar las diferencias sociales a partir del color de la piel u
otros rasgos fenotípicos, suponen un origen en mentalidades adultas por lo que se pregunta como considerar a los niños y
niñas “con una estructura de pensamiento diferente de la del adulto y al mismo
tiempo la poderosa influencia del contexto en que son socializados” (:97). La
técnica de la autora (y que utilizará luego con estudiantes de edades más
avanzadas y con docentes) es organizar encuentros en la escuela en los cuales muestra
a los niños una serie de fotografías en las que se ven imágenes de otros/as
niños/as afrodescendientes y a continuación les pide que hagan alguna
manifestación libre. La autora categoriza como mestizos a la mayoría de los
niños que participaron del encuentro. Las respuestas expresadas varían y
manifiestan distintas expresiones: algunos niños/as manifiestan su gusto o
disgusto con la foto mostrada. Otra niña le pregunta si son sus propios hijos,
preguntándole además de qué color eran sus hijos. Otro caso repara en la ropa
de los niños de las fotografía y otra niña le manifiesta que los niños de las
fotografías son como dos compañeros que tiene en su aula (y que, dice la autora,
poseen un color de piel más claro que el exhibido en los niños de las
fotografías). La autora destaca en este ejercicio que en varias respuestas
apareció el concepto de “negro/a” y, en esos casos les preguntó si creían que
eran personas iguales a ellos/as, a lo que la respuesta fue “no, yo soy blanca
(o blanco)” (:104).
Puertas Romo
afirma que los niños/as de esta edad (4 y 5 años) distinguen claramente los
colores y realizan, en la mayoría de los casos una primera asociación con ellos
distinguiendo claramente entre personas “negras” y “blancas”. Sin embargo está
ausente en ellos la mención a los rasgos fenotípicos de las personas.
Descripciones que, por otra parte, sí estuvieron presentes en jóvenes de edades
más avanzadas e incluso en el mismo ejercicio con docentes a quienes les mostró
imágenes de personas afrodescendientes e indígenas (casos en los que muchas
respuestas fueron alusiones al tamaño de las orejas, a la forma de la nariz, al
ancho del rostro o al tipo de cabello). Los resultados de la técnica elaborada
por la autora la conducen a esbozar la hipótesis de que “a la edad de 4 ó 5
años un niño o niña, a pesar de no comprender totalmente las diferencias
raciales, parecen entender que las diferencias de color de piel tienen algún
significado social” (:105).
Un denominador
común en el ejercicio con jóvenes
pre-adolescentes y adolescentes fue la asociación directa de personas negras
con la práctica deportes o bailes. Y la identificación de hombres y mujeres
blancos con modelos publicitarios de identificación del ideal estético de la
belleza, por ejemplo. En el ejercicio
con docentes se interesó por hacer hincapié en los mismos estereotipos;
agregando imágenes de personas de piel negra y blanca en situaciones similares,
les pregunta por las posibilidades que tendrían unos y otros de ocupar ciertas
posiciones de status social. A modo de ejemplo, una fotografía muy
significativa es una persona negra, vestida como médica y a punto de realizar
una operación. Junto a esta foto se presenta un médico blanco en la misma
situación: la conclusión de la mayoría de los docentes fue que el verdadero
médico era el blanco. El mismo ejemplo se repite en casos de dirección de
empresas o ante determinados puestos jerárquicos y con respuestas similares. La
diferenciación concreta y que concede alguna particularidad entre docentes es que
éstos recurren a las expresiones “afro”,
o personas “de color”.
Los ejercicios
propuestos por Puertas Romo son utilizados para discutir y profundizar en las
formas que adopta el racismo en un espacio escolar y que no necesariamente se
corresponden una descalificación directa de las
personas afrodescendientes. Más aún, en sus páginas, la investigación se
encarga de describir situaciones y contextos para luego proponer conclusiones
que muestran la dificultad de encontrarse con formas tradicionales de
segregación pero que sin duda representan formas de jerarquización y de
construcción de las diferencias basadas en un “otro” inferior social y
culturalmente. Una alteridad que sintetiza en las palabras de Stuart Hall: “El
racismo opera al construir fronteras simbólicas infranqueables entre categorías
racialmente constituidas y su sistema de representación típicamente binario que
constantemente marca y trata de fijar y naturalizar la diferencia entre
pertenencia y otredad” (: 31)
Dando cuenta de
los procesos por los que fue transitando la investigación, la autora se incluye
en primera persona mostrando que su preocupación inicial por encontrar
prácticas y representaciones graves acerca de actitudes de discriminación
evidentes que involucren a los protagonistas, fue cediendo a medida que se desarrollaba
su trabajo de campo. La interacción con las personas la condujo a encontrar
formas de reproducción de las desigualdades, estereotipos y jerarquías que se
expresan en discursos de diferencias culturales. Expresiones que, por otro
lado, son invisibilizadas por discursos que abogan (la autora no evalúa
intencionalidades) por la igualdad y que se manifiestan incluso en campañas
educativas que así lo manifiestan pero que confunden más de lo que aclaran ya
que no especifican ni enfatizan en qué son iguales las personas, como sí se lo
expresa a la hora de marcar las diferencias.
Las conclusiones
a las que arriba Puertas Romo incluyen el reconocimiento a algunas limitaciones que puede presentar la
investigación, como el no haber trabajado con padres y familiares de los
estudiantes; y el desafío a futuro de lograr una investigación en la que puedan
entrecruzarse las relaciones entre raza, género, sexualidad y clase social, por
ejemplo. Sin embargo su hipótesis se centra en que el racismo opera de maneras
no explícitas y que por tanto “en esto y en su capacidad de adaptación y de
inserción en el sentido común radica el éxito de su reproducción” (:174)
El trabajo de
Puertas Romo puede ser un interesante abordaje sobre las prácticas que
sustentan la desigualdad social con características raciales. El no haber
trabajado con afrodescendientes tal vez deje pendiente una mirada sobre cómo
ellos mismos se reconocen en el contexto de la sociedad colombiana en general y
en Bogotá y en la escuela, en particular. Por otro lado, esta ausencia también
puede significar una fortaleza y un llamado a la reflexión, en tanto le quita la carga de exotismo y
apela directamente al “nosotros” los blancos, investigadores, docentes, etc.
Algunas
discusiones teórico-analíticas dejan algunos interrogantes algo inquietantes.
Es el caso del uso reiterado que hace de la noción de multiculturalismo. Definiéndose como “hija del multiculturalismo”
por haber participado activamente de movimientos y debates intelectuales en los
años en que el tema comenzaba a instalarse internacionalmente en paralelo con
procesos migratorios, la autora confunde o pasa por alto las discusiones
existentes entre multiculturalismo e interculturalidad donde más que
diferencias conceptuales, representan contenidos políticos respecto a la
igualdad y a modos de influir en políticas públicas que no escapan a la
educación. Discusiones en las que la antropología ha participado activamente.
“Del color de la
piel al racismo” es un libro que puede servir para acercarnos a la problematización
de las formas sutiles que adquiere el racismo en la sociedad y en el sentido
común pero también en las particularidades de un contexto escolar. Más allá de
las formas de trabajar sobre los niños y un posible debate acerca de su
utilización, no es menos cierto y destacable que su propuesta de incluirlos en
el trabajo etnográfico como actores socializados que comparten la
cotidianeidades con el universo adulto, hacen que ésta sea una iniciativa
novedosa.
Pensar en el
racismo como una forma de jerarquía social que crea alteridades es una forma de
visibilizar su existencia. Para esto es preciso entender las distintas formas
que puede adoptar y reproducirse, lo que representa un verdadero desafío para
la antropología en tanto disciplina que más ha problematizado sobre la idea de
cultura, identidad y diferencias. La obra de Puertas Romo, puede ayudar a
aproximarnos al problema. Especialmente en sociedades como las nuestras,
producidas en contextos de colonización, se hace sumamente importante investigar
las formas en que se construyen esas diferencias en espacios educativos que son
forjadores de buena parte de la matriz ideológica y conceptual.
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