sábado, 19 de abril de 2014

Mónica García. Reseña de: Puertas Romo, Maira (2010) Del color de la piel al racismo. Prácticas y representaciones sobre las personas en el contexto escolar bogotano. Bogotá. Universidad Nacional de Colombia. http://www.bdigital.unal.edu.co/8518/

Mónica García

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Nacida en España, formada como pedagoga, Maira Puertas Romo, ha cosechado una nutrida experiencia en el ámbito escolar. Su interés por las formas reproducción de las diferencias socioculturales, la ha llevado a participar activamente de movimientos sociales y relacionarse con personas inmigrantes en su país natal. Durante la década de 1990, con el auge de la inmigración latinoamericana en España, participó de distintas actividades políticas y encuentros dedicados a problemáticas de diversidad cultural y “multiculturalismo” que empezaban a  formar parte de discursos y agendas oficiales internacionales. Vinculada a una Organización No Gubernamental dedicada al problema de desplazados políticos, llegó a Colombia donde se estableció y comenzó su maestría en Antropología Social y cuya tesis ha dado origen al trabajo analizado aquí.
Desde un comienzo se traza el objetivo peguntarse por las prácticas y representaciones mediante las cuales se expresa el racismo. Especialmente le interesa estudiar la reproducción del mismo en el espacio escolar y las distintas formas que éste adopta tanto en estudiantes como docentes. El desarrollo de su investigación tiene lugar en dos instituciones educativas que le permiten abrir un amplio abanico de edades que incluyen la niñez y la adolescencia y que intervienen en el ámbito escolar.
Como punto de partida de su marco teórico    y conceptual, se apoya en la noción de “violencia simbólica” de Pierre Bourdieu según la cual la relación  de dominación se asimila y naturaliza, lo que adquiere dimensiones específicas en  el contexto escolar.
El abordaje metodológico de la autora comprende un amplio trabajo de campo con entrevistas en profundidad y la combinación con datos cuantitativos extraídos de diferentes relevamientos escolares, más la cuantificación de datos propios elaborados como parte de su investigación de campo.
La justificación de la elección del ámbito escolar, dice la autora, le permite elaborar una propuesta antropológica en la cuál abordar la problemática del racismo atendiendo a la diversidad de aristas que pueden desprenderse en un campo tan heterogéneo. Desde esta propuesta, la autora intenta también romper con lo que ella llama el “adultocentrismo que por mucho tiempo ha caracterizado y sigue caracterizando a la disciplina antropológica” (:97). Esta perspectiva la conduce a realizar parte de su trabajo en jardines infantiles, pretendiendo indagar las formas en que los niños y niñas de 4 y 5 años se representan a sí mismos las diferencias sociales. Posteriormente construye datos comparativos en función de respuestas y observaciones con estudiantes  de una escuela primaria, de edades más avanzadas y la perspectiva de algunos docentes.
El libro está estructurado en cinco capítulos, de los cuales dedica los primeros a explicar, por un lado, el contexto geográfico-social de la ciudad de Bogotá en el que están situados ambos colegios públicos y los relaciona con la propia geografía colombiana. Posteriormente dedica todo un capítulo a problematizar conceptos teóricos empleados para hablar de segregación racial y puntualiza en la construcción de las nociones de “raza”, “racismo”, “racialización” y sus contextos históricos en la construcción de alteridad y jerarquías. Los últimos  capítulos hacen una pormenorizada descripción de su actividad etnográfica y estudios de caso, desarrollados en las escuelas y que le permitieron encontrar ciertas prácticas y discursos cuya complejidad obligan a diferenciar entre distintas formas de expresión del racismo.
Puertas Romo caracteriza al ámbito escolar como un espacio clave en la “reproducción de las desigualdades, pero al mismo tiempo hallamos en ellos grandes posibilidades de transformación de las mismas” (:7) . Una de las instituciones escolares en las que desarrolla su investigación y a la que asisten estudiantes desde los seis años hasta entrada la adolescencia, se encuentra ubicada en el barrio de San Francisco. Una zona que comprende además otros barrios que en su mayoría tienen un origen asociado a la ilegalidad y con numerosos problemas en cuanto a infraestructura, acceso a la salud y a necesidades básicas insatisfechas y cuya población conforma el grueso del estudiantado del colegio. La caracterización de la zona y de su población es expresada desde cierta mirada de uniformidad por parte de los propios docentes y que habla de una zona receptora de una migración socio-económica proveniente de otras regiones de Colombia, desplazados por el conflicto armado existente en el país.
La investigación muestra que las formas en que muchos docentes de la escuela se refieren al origen de los estudiantes afrodescendientes, puede ser una extrapolación de la misma percepción que totaliza a la población barrial originalmente llegada de otras regiones. En el caso de los afrodescendientes, su procedencia es ubicada no sólo fuera de la ciudad de Bogotá sino en un espacio determinado: la región de “El Chocó”. Una región del Pacífico vista como típicamente afrocolombiana.
Las descripciones de la autora respecto a las miradas de los docentes acerca de  la procedencia de los afrodescendientes se expresan en la transcripción de entrevistas que dan cuenta lo que llama una “geografía colombiana racializada y etnizada” (:47) en la que se construyó una idea estereotipada acerca de las personas negras cuyas reproducciones no escapan al ámbito escolar.
El avance de la investigación muestra la presencia de formas de construcción del “otro” organizadas en base a una diferencia dominada por las jerarquías sociales y en donde intervienen construcciones culturales. Describiendo una conversación con el coordinador de primaria se refiere  una apreciación que unifica  geografía y cultura: “si un niño negro entra por esa puerta se le trata igual que a los demás, pero uno no sabe si los está violentando o no, porque no conoce su cultura” (:47).
La relación entre cultura, raza y geografía es abordada por la autora en otro de los capítulos del libro en el que incluye el análisis histórico y el análisis de los discursos europeos de fines del siglo XIX y los postulados del darwinismo social que sostenían la existencia de un determinismo ambiental y climático, de casi nula argumentación científica en la actualidad pero presente en el sentido común que ve a las personas negras como “perezosas y flojas en el sentido costeño (en alusión a la costa del pacífico)” (: 49).
El trabajo etnográfico de la autora intenta deconstruir algunos imaginarios acerca de la igualdad y el “mito de la democracia racial” latinoamericana. Pero también y, asociado a ello, la investigación busca mostrar que las formas de racismo adquieren una dimensión plural dentro de la escuela, en tanto no se trata de visiones homogéneas que se refieren explícitamente a la segregación de las personas afrodesendientes sino de formas naturalizadas de segregación que tienen que ver con la negación y la reproducción de estereotipos.
En “Del color de la piel al racismo”, Puertas Romo enfatiza su intención de hacer una “antropología de la educación” por lo que entiende que es primordial un acercamiento a los niños de Jardín de Infantes. Su propuesta de hacer etnografía junto a niños de 4 y 5 años le confiere un carácter un tanto novedoso a la investigación al mismo tiempo que da lugar a ciertos interrogantes en tanto su utilización como objetos de estudio científico.
La autora entiende que pensar las diferencias sociales a partir del color de la piel u otros rasgos fenotípicos, suponen un origen en mentalidades adultas por lo que  se pregunta como considerar a los niños y niñas “con una estructura de pensamiento diferente de la del adulto y al mismo tiempo la poderosa influencia del contexto en que son socializados” (:97). La técnica de la autora (y que utilizará luego con estudiantes de edades más avanzadas y con docentes) es organizar encuentros en la escuela en los cuales muestra a los niños una serie de fotografías en las que se ven imágenes de otros/as niños/as afrodescendientes y a continuación les pide que hagan alguna manifestación libre. La autora categoriza como mestizos a la mayoría de los niños que participaron del encuentro. Las respuestas expresadas varían y manifiestan distintas expresiones: algunos niños/as manifiestan su gusto o disgusto con la foto mostrada. Otra niña le pregunta si son sus propios hijos, preguntándole además de qué color eran sus hijos. Otro caso repara en la ropa de los niños de las fotografía y otra niña le manifiesta que los niños de las fotografías son como dos compañeros que tiene en su aula (y que, dice la autora, poseen un color de piel más claro que el exhibido en los niños de las fotografías). La autora destaca en este ejercicio que en varias respuestas apareció el concepto de “negro/a” y, en esos casos les preguntó si creían que eran personas iguales a ellos/as, a lo que la respuesta fue “no, yo soy blanca (o blanco)” (:104).
Puertas Romo afirma que los niños/as de esta edad (4 y 5 años) distinguen claramente los colores y realizan, en la mayoría de los casos una primera asociación con ellos distinguiendo claramente entre personas “negras” y “blancas”. Sin embargo está ausente en ellos la mención a los rasgos fenotípicos de las personas. Descripciones que, por otra parte, sí estuvieron presentes en jóvenes de edades más avanzadas e incluso en el mismo ejercicio con docentes a quienes les mostró imágenes de personas afrodescendientes e indígenas (casos en los que muchas respuestas fueron alusiones al tamaño de las orejas, a la forma de la nariz, al ancho del rostro o al tipo de cabello). Los resultados de la técnica elaborada por la autora la conducen a esbozar la hipótesis de que “a la edad de 4 ó 5 años un niño o niña, a pesar de no comprender totalmente las diferencias raciales, parecen entender que las diferencias de color de piel tienen algún significado social” (:105).
Un denominador común en el ejercicio con  jóvenes pre-adolescentes y adolescentes fue la asociación directa de personas negras con la práctica deportes o bailes. Y la identificación de hombres y mujeres blancos con modelos publicitarios de identificación del ideal estético de la belleza, por ejemplo.  En el ejercicio con docentes se interesó por hacer hincapié en los mismos estereotipos; agregando imágenes de personas de piel negra y blanca en situaciones similares, les pregunta por las posibilidades que tendrían unos y otros de ocupar ciertas posiciones de status social. A modo de ejemplo, una fotografía muy significativa es una persona negra, vestida como médica y a punto de realizar una operación. Junto a esta foto se presenta un médico blanco en la misma situación: la conclusión de la mayoría de los docentes fue que el verdadero médico era el blanco. El mismo ejemplo se repite en casos de dirección de empresas o ante determinados puestos jerárquicos y con respuestas similares. La diferenciación concreta y que concede alguna particularidad entre docentes es que éstos recurren a las expresiones  “afro”, o personas “de color”.
Los ejercicios propuestos por Puertas Romo son utilizados para discutir y profundizar en las formas que adopta el racismo en un espacio escolar y que no necesariamente se corresponden una descalificación directa de las  personas afrodescendientes. Más aún, en sus páginas, la investigación se encarga de describir situaciones y contextos para luego proponer conclusiones que muestran la dificultad de encontrarse con formas tradicionales de segregación pero que sin duda representan formas de jerarquización y de construcción de las diferencias basadas en un “otro” inferior social y culturalmente. Una alteridad que sintetiza en las palabras de Stuart Hall: “El racismo opera al construir fronteras simbólicas infranqueables entre categorías racialmente constituidas y su sistema de representación típicamente binario que constantemente marca y trata de fijar y naturalizar la diferencia entre pertenencia y otredad” (: 31)
Dando cuenta de los procesos por los que fue transitando la investigación, la autora se incluye en primera persona mostrando que su preocupación inicial por encontrar prácticas y representaciones graves acerca de actitudes de discriminación evidentes que involucren a los protagonistas, fue cediendo a medida que se desarrollaba su trabajo de campo. La interacción con las personas la condujo a encontrar formas de reproducción de las desigualdades, estereotipos y jerarquías que se expresan en discursos de diferencias culturales. Expresiones que, por otro lado, son invisibilizadas por discursos que abogan (la autora no evalúa intencionalidades) por la igualdad y que se manifiestan incluso en campañas educativas que así lo manifiestan pero que confunden más de lo que aclaran ya que no especifican ni enfatizan en qué son iguales las personas, como sí se lo expresa a la hora de marcar las diferencias.
Las conclusiones a las que arriba Puertas Romo incluyen el reconocimiento a  algunas limitaciones que puede presentar la investigación, como el no haber trabajado con padres y familiares de los estudiantes; y el desafío a futuro de lograr una investigación en la que puedan entrecruzarse las relaciones entre raza, género, sexualidad y clase social, por ejemplo. Sin embargo su hipótesis se centra en que el racismo opera de maneras no explícitas y que por tanto “en esto y en su capacidad de adaptación y de inserción en el sentido común radica el éxito de su reproducción” (:174)
El trabajo de Puertas Romo puede ser un interesante abordaje sobre las prácticas que sustentan la desigualdad social con características raciales. El no haber trabajado con afrodescendientes tal vez deje pendiente una mirada sobre cómo ellos mismos se reconocen en el contexto de la sociedad colombiana en general y en Bogotá y en la escuela, en particular. Por otro lado, esta ausencia también puede significar una fortaleza y un llamado a la reflexión,  en tanto le quita la carga de exotismo y apela directamente al “nosotros” los blancos, investigadores, docentes, etc.
Algunas discusiones teórico-analíticas dejan algunos interrogantes algo inquietantes. Es el caso del uso reiterado que hace de la noción de multiculturalismo. Definiéndose como “hija del multiculturalismo” por haber participado activamente de movimientos y debates intelectuales en los años en que el tema comenzaba a instalarse internacionalmente en paralelo con procesos migratorios, la autora confunde o pasa por alto las discusiones existentes entre multiculturalismo e interculturalidad donde más que diferencias conceptuales, representan contenidos políticos respecto a la igualdad y a modos de influir en políticas públicas que no escapan a la educación. Discusiones en las que la antropología ha participado activamente.
“Del color de la piel al racismo” es un libro que puede servir para acercarnos a la problematización de las formas sutiles que adquiere el racismo en la sociedad y en el sentido común pero también en las particularidades de un contexto escolar. Más allá de las formas de trabajar sobre los niños y un posible debate acerca de su utilización, no es menos cierto y destacable que su propuesta de incluirlos en el trabajo etnográfico como actores socializados que comparten la cotidianeidades con el universo adulto, hacen que ésta sea una iniciativa novedosa.
Pensar en el racismo como una forma de jerarquía social que crea alteridades es una forma de visibilizar su existencia. Para esto es preciso entender las distintas formas que puede adoptar y reproducirse, lo que representa un verdadero desafío para la antropología en tanto disciplina que más ha problematizado sobre la idea de cultura, identidad y diferencias. La obra de Puertas Romo, puede ayudar a aproximarnos al problema. Especialmente en sociedades como las nuestras, producidas en contextos de colonización, se hace sumamente importante investigar las formas en que se construyen esas diferencias en espacios educativos que son forjadores de buena parte de la matriz ideológica y conceptual.

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