La modernidad y la economía como esfera autónoma
por Mónica García *
"Lo que llamamos tierra es un elemento de la naturaleza que está inextricablemente vinculado con las instituciones del hombre. La más extraña de todas las empresas acometidas por nuestros ancestros ha sido quizás la de separarla y formar con ella un mercado. Tradicionalmente, la mano de obra y la tierra no están separadas; la mano de obra forma parte de la vida, la tierra sigue siendo una parte de la naturaleza, la vida y la naturaleza forman un todo que se articula. La tierra está así vinculada con las organizaciones basadas en la familia, la vecindad, el oficio y la creencia-con la tribu y el templo, la aldea, la guilda y la Iglesia…-
(Polanyi, 1983).
(Polanyi, 1983).
En mayo de 2010, cuando la atención estaba puesta en los preparativos y en los festejos por el Bicentenario, en forma paralela tuvo lugar otro evento donde por unos días estuvieron presente en la Ciudad de Buenos Aires, distintos representantes de poblaciones indígenas. Estas comunidades acamparon en Plaza de los Dos Congresos donde realizaron distintas actividades con el objetivo de cobrar cierta visibilidad para llevar adelante “El Otro Bicentenario: el de los pueblos”. Con el slogan “Nada que festejar, todo por hacer”, pretendieron contraponer la noción de festeo del acto oficial.
Se realizaron diferentes actividades como: radio abierta, comercialización de productos regionales y artesanales, participación de grupos musicales y distribución de volantes. Dialogando con los actores, podía encontrarse reclamos en común contra el avance empresarial sobre las tierras que estas comunidades reclaman como propias. Además denunciaban expulsiones, persecuciones y represión policial como método de desalojo responsabilizando a Gobiernos provinciales en complicidad con las empresas.
A partir de testimonios recogidos, puede notarse como estos pueblos originarios, al ser expulsados de sus territorios, deben modificar su hábitus y su cultura con las problemáticas que esto suscita.
El objetivo de este trabajo es analizar algunas formas en las que se presenta lo económico asociado a la vida social en su totalidad y no como un campo aislado y autónomo.
Trazando una mirada sobre la cultura de estos pueblos, se puede dar cuenta de que si bien la colonización y la posterior conformación de los Estados- Nacionales, transformaron algunas de sus tradiciones y creencias, la modernidad no puso fin a sus nociones ancestrales acerca de la territorialidad y las cosmovisiones.
La noción de cosmovisión tiene que ver con la relación entre la naturaleza, el cosmos y el hombre. En la mayoría de estos pueblos la vida religiosa y ritual se basa generalmente en un deseo de repetición del orden cósmico, de retorno eterno de los mismos y en la esperanza de que gracias a los ritos que se celebran y a las ofendas, los poderes divinos, los ancestros y los muertos les garantizarán la fecundidad de la tierra y la permanencia de la sociedad. Por ejemplo, es posible observar esto en el culto a la Pachamama.
“Nosotros somos la tierra”
En una entrevista personal Raquel Vázquez, representante de la comunidad Lules, de Finca Las Costas, de la Provincia de la Salta, me contó la forma en que están siendo expulsados de su tierra por un negocio inmobiliario en la zona. Su discurso permite pensar en términos de Polanyi que:
“el significado substantivo de económico deriva de la dependencia del hombre, para su subsistencia, de la naturaleza y de sus semejantes. Se refiere al intercambio con el medioambiente natural y social en la medida en que este intercambio tiene como resultado proporcionarle medios para su necesaria satisfacción material” (Polanyi, 1976: 155).
Raquel Vázquez denuncia la complicidad del Gobierno y la oligarquía provincial para apropiarse de las tierras que, según las autoridades, son fiscales. La resistencia de esta comunidad no es sólo por permanecer en su tierra sino también por la forma en que hacen uso de ella manteniendo el equilibrio entre la naturaleza y el hombre “a diferencia de las empresas que desmontan, perjudicando la fauna y la flora y provocando aludes, nosotros somos la tierra y tenemos que retomar las enseñanzas de nuestros ancestros”. Cuenta que a las personas que logran expulsar del lugar “le quebrantan el espíritu de la familia” y deben emigrar hacia la ciudad. Siendo campesinos, trabajan la tierra en comunidades para reproducir su existencia, en la capital deben cambiar radicalmente de hábitus “¿Qué puede hacer un Coya en la ciudad?. Trabajar de changas en el mejor de los casos, morirse de hambre, consumir drogas, alcohol y hasta robar y vivir en villas miseria”.
En sintonía con Pierre Bourdieu,
“entrar en el mundo urbano, la economía económica impone la ruptura con esta forma altamente ambigua de relaciones, que caracteriza tan profundamente todas las conductas tradicionales de solidaridad (…) entrelazadas con deberes y principios éticos que se expresan en el lenguaje del honor, la deuda, la devoción, la gratitud, etc.” (Bourdieu, 2008: 28)
La problemática de la comunidad Lules, se suma a otras poblaciones que también padecen el desalojo a manos de grupos armados que obligan a trasladarse a las periferias de distintas ciudades capitales conduciendo inmediatamente a un contacto intersocietario, de lo que resulta una nueva negociación de las culturas conviviendo narrativas y tradiciones propias con nuevos procesos de aprehensión. Es en este caso, se trata una cultura que “viaja”, que debe ser negociada y que, al mismo tiempo produce manifestaciones de defensa de lo autóctono, de lo ancestral pero que, a su vez, plantea demandas y espera soluciones por parte del Estado moderno. Tal las palabras de Raquel Vásquez, cuando lamenta “tener que recurrir a abogados occidentales y tenemos que confiar en ellos”.
El ejemplo de “El Otro bicentenario” permite ilustrar una problemática existente en el país donde aparecen claramente reflejados las rupturas y las continuidades que dan forma a la tensión entre sociedades tradicionales y sociedad moderna. Por un lado, comunidades que en un contexto de expulsión deben reacomodar las formas de subsistencia donde lo económico y lo cultural están íntimamente ligados y no pueden pensarse por separado. Lo material y lo simbólico se presentan cuando, por un lado la vida rural debe mudarse a la vida en la ciudad, buscando adaptarse a las formas capitalistas de producción, intentando conseguir un empleo como trabajador asalariado, en el mejor de los casos. Por otro lado, la producción familiar en la que se apoya la economía de estas comunidades está íntimamente ligada a una filosofía que se asocia a una cosmovisión del mundo. Esto como parte de una forma de comprender la vida económica en sintonía con la totalidad de la reproducción de la vida. Una de las formas económicas, por ejemplo, que predomina en las comunidades, tiene que ver con la agricultura familiar sustentable como propuesta de enfriamiento del planeta asociando medioambiente y producción económica.
Con respecto a las formas de pensar lo económico en el contexto de la cultura y la vida social de estos pueblos dice Marshall Sahlins:
"Los grupos domésticos de sociedades tribales no se han visto todavía reducidos al estado de simples unidades de consumo. Ni tampoco la mano de obra humana ha sido superada por la familia y, empleada en un dominio externo, supeditada a una organización y una finalidad extrañas. La producción es una función doméstica. La familia está, como tal, comprometida directamente en el proceso económico y en buena parte lo controla (…)”. (Sahlins, 1976: 234)
El avance de monocultivos como la soja transgénica, por ejemplo ha generado el rechazo a una forma de producción denunciada por estas comunidades que, en línea directa con su visión de la economía y la totalidad de la vida, advierten la destrucción de una forma de producción, como también sobre los peligros medioambientales ocasionados por los desmontes. La creciente expansión de los monocultivos de soja ha barrido con los tradicionales cinturones que rodeaban los pueblos. Estos corredores estaban generalmente constituidos por montes frutales, criaderos de animales pequeños, tambos y chacras de pequeños agricultores. Ahora los monocultivos llegan a las primeras calles de las localidades y las fumigaciones impactan sobre las poblaciones. Denuncias que llegaron de comunidades de la Provincia de Córdoba como el Movimiento Campesino de Tras la Sierra junto a pobladores de la localidad de Ituzaingó, quienes advirtieron que los aerofumigadores cruzan los pueblos chorreando venenos cuando se dirigen o cuando retornan de sus objetivos
sin que la autoridad municipal haga demasiado por impedirlo.
En este contexto también desde la salud de muchas de estas poblaciones tanto campesinas como indígenas, puede trazarse una íntima relación con lo económico. En el marco de campaña “paren de fumigar” llevada adelante por muchas poblaciones, se denuncia que el cáncer se ha convertido en una epidemia masiva y generalizada en miles de localidades argentinas.
A modo de conclusión, puede decirse que detrás de las denuncias y los reclamos en contra de la expulsión de pueblos indígenas y campesinos, debe interpretarse un contexto en que se ponen en juego distintas formas de relacionarse, de interactuar, en suma, de construir lazos partir de formas económicas que no deben ser entendidas como elementos separados, con lógicas racionalistas como plantea el, formalismo, sino todo lo contrario: debe entenderse, en línea con el substantivismo de Polanyi (1976), como una relación con el medioambiente que derivan de la dependencia del hombre para su subsistencia. Donde el proceso económico está anclado tanto a instituciones económicas como no económicas y donde interviene la reciprocidad, la redistribución y el intercambio.
“entrar en el mundo urbano, la economía económica impone la ruptura con esta forma altamente ambigua de relaciones, que caracteriza tan profundamente todas las conductas tradicionales de solidaridad (…) entrelazadas con deberes y principios éticos que se expresan en el lenguaje del honor, la deuda, la devoción, la gratitud, etc.” (Bourdieu, 2008: 28)
La problemática de la comunidad Lules, se suma a otras poblaciones que también padecen el desalojo a manos de grupos armados que obligan a trasladarse a las periferias de distintas ciudades capitales conduciendo inmediatamente a un contacto intersocietario, de lo que resulta una nueva negociación de las culturas conviviendo narrativas y tradiciones propias con nuevos procesos de aprehensión. Es en este caso, se trata una cultura que “viaja”, que debe ser negociada y que, al mismo tiempo produce manifestaciones de defensa de lo autóctono, de lo ancestral pero que, a su vez, plantea demandas y espera soluciones por parte del Estado moderno. Tal las palabras de Raquel Vásquez, cuando lamenta “tener que recurrir a abogados occidentales y tenemos que confiar en ellos”.
El ejemplo de “El Otro bicentenario” permite ilustrar una problemática existente en el país donde aparecen claramente reflejados las rupturas y las continuidades que dan forma a la tensión entre sociedades tradicionales y sociedad moderna. Por un lado, comunidades que en un contexto de expulsión deben reacomodar las formas de subsistencia donde lo económico y lo cultural están íntimamente ligados y no pueden pensarse por separado. Lo material y lo simbólico se presentan cuando, por un lado la vida rural debe mudarse a la vida en la ciudad, buscando adaptarse a las formas capitalistas de producción, intentando conseguir un empleo como trabajador asalariado, en el mejor de los casos. Por otro lado, la producción familiar en la que se apoya la economía de estas comunidades está íntimamente ligada a una filosofía que se asocia a una cosmovisión del mundo. Esto como parte de una forma de comprender la vida económica en sintonía con la totalidad de la reproducción de la vida. Una de las formas económicas, por ejemplo, que predomina en las comunidades, tiene que ver con la agricultura familiar sustentable como propuesta de enfriamiento del planeta asociando medioambiente y producción económica.
Con respecto a las formas de pensar lo económico en el contexto de la cultura y la vida social de estos pueblos dice Marshall Sahlins:
"Los grupos domésticos de sociedades tribales no se han visto todavía reducidos al estado de simples unidades de consumo. Ni tampoco la mano de obra humana ha sido superada por la familia y, empleada en un dominio externo, supeditada a una organización y una finalidad extrañas. La producción es una función doméstica. La familia está, como tal, comprometida directamente en el proceso económico y en buena parte lo controla (…)”. (Sahlins, 1976: 234)
El avance de monocultivos como la soja transgénica, por ejemplo ha generado el rechazo a una forma de producción denunciada por estas comunidades que, en línea directa con su visión de la economía y la totalidad de la vida, advierten la destrucción de una forma de producción, como también sobre los peligros medioambientales ocasionados por los desmontes. La creciente expansión de los monocultivos de soja ha barrido con los tradicionales cinturones que rodeaban los pueblos. Estos corredores estaban generalmente constituidos por montes frutales, criaderos de animales pequeños, tambos y chacras de pequeños agricultores. Ahora los monocultivos llegan a las primeras calles de las localidades y las fumigaciones impactan sobre las poblaciones. Denuncias que llegaron de comunidades de la Provincia de Córdoba como el Movimiento Campesino de Tras la Sierra junto a pobladores de la localidad de Ituzaingó, quienes advirtieron que los aerofumigadores cruzan los pueblos chorreando venenos cuando se dirigen o cuando retornan de sus objetivos
sin que la autoridad municipal haga demasiado por impedirlo.
En este contexto también desde la salud de muchas de estas poblaciones tanto campesinas como indígenas, puede trazarse una íntima relación con lo económico. En el marco de campaña “paren de fumigar” llevada adelante por muchas poblaciones, se denuncia que el cáncer se ha convertido en una epidemia masiva y generalizada en miles de localidades argentinas.
A modo de conclusión, puede decirse que detrás de las denuncias y los reclamos en contra de la expulsión de pueblos indígenas y campesinos, debe interpretarse un contexto en que se ponen en juego distintas formas de relacionarse, de interactuar, en suma, de construir lazos partir de formas económicas que no deben ser entendidas como elementos separados, con lógicas racionalistas como plantea el, formalismo, sino todo lo contrario: debe entenderse, en línea con el substantivismo de Polanyi (1976), como una relación con el medioambiente que derivan de la dependencia del hombre para su subsistencia. Donde el proceso económico está anclado tanto a instituciones económicas como no económicas y donde interviene la reciprocidad, la redistribución y el intercambio.
* estudiante de 4º año de la Licenciatura en Antropología Social y Cultural, en la Universidad Nacional de Gral. San Martín.
Bibliografía:
BOURDIEU, Pierre, “La fabricación del habitus económico”, Crítica en desarrollo, Nº2 Buenos Aires, 2008
Polanyi, Karl, (1976)"El sistema económico como proceso institucionalizado", en Maurice Godelier (comp.), Antropología y economía, Anagrama, Barcelona
Sahlins, Marshall (1976) "Economía tribal", en Maurice Godelier (comp.), Antropología y economía, Anagrama, Barcelona
Weber, Florence, (2008), “Transacciones económicas y relaciones personales. Una etnografía después de la Gran División” en Crítica en Desarrollo nº2, Buenos Aires
Bibliografía:
BOURDIEU, Pierre, “La fabricación del habitus económico”, Crítica en desarrollo, Nº2 Buenos Aires, 2008
Polanyi, Karl, (1976)"El sistema económico como proceso institucionalizado", en Maurice Godelier (comp.), Antropología y economía, Anagrama, Barcelona
Sahlins, Marshall (1976) "Economía tribal", en Maurice Godelier (comp.), Antropología y economía, Anagrama, Barcelona
Weber, Florence, (2008), “Transacciones económicas y relaciones personales. Una etnografía después de la Gran División” en Crítica en Desarrollo nº2, Buenos Aires
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