Sergio Fernández
En la tierra del vino y la drogadicción y
los hijos negados, policías mendigan al peor infractor y le besan la mano. Los
mocosos se trepan y se van hacia el sol en bolsitas de nylon (..) y se van
hacia al sol en bolsitas de llanto. (Los Piojos “Los mocosos”)
Introducción. Metodología y propuesta del trabajo
El presente
trabajo surge a partir de algunas aproximaciones iniciales que se están
llevando a cabo para un trabajo encargado recientemente por el Ministerio de
Seguridad de la Nación con el objeto de conocer las percepciones de las
personas a partir de la implementación del Operativo Cinturón Sur[1]. La
metodología de trabajo diseñada para la ocasión era una encuesta con preguntas
de tipo estructuradas y semi estructuradas de corte más cuantitativo y con
algunas opciones para responder. No obstante ello, el trabajo exige el diálogo
con los vecinos de distintos barrios del sur de la ciudad lo que permite a un
investigador curioso, profundizar más allá de ciertas limitaciones que
caracterizan a lo esquemático de un cuestionario. El acercamiento a las
personas se produce luego de una breve presentación sin acuerdo previo y se
trata de lograr un diálogo en el que surja de los entrevistados la información referida
a cuestiones materiales y simbólicas respecto a la noción de inseguridad. El encuentro con las
personas en su propio barrio permite con el correr de los minutos una rápida
interacción en la que la gente comienza a decir más de lo que se pregunta y,
como sucede muchas veces, brinda respuestas que exceden las opciones que le
presenta una encuesta. Por tal razón, enseguida encontré la posibilidad de no
ser tan estricto con la encuesta y entablar conversaciones que me permitan
mayor naturalidad y abordar otras preguntas que puedan ser iluminadoras a los
propósitos de un trabajo de investigación cualitativo interpretativo que
comenzó a tomar forma.
Algunos de los
lugares comunes en los que la gente se posicionaba en sus respuestas me
ayudaron a tematizar y relacionar este trabajo incipiente con una investigación
anterior referida a la violencia en las escuelas.
Mi propuesta es
aportar algunos elementos iniciales que contribuyan a pensar las relaciones
socio-espaciales en la Ciudad de Buenos Aires en puntos geográficos muy
distantes (Sur-Noroeste). Entiendo que la unión de dos trabajos permite
encontrar un punto de diálogo entre ambas observaciones referidas a la asociación
inseguridad-violencia; al mismo
tiempo es posible problematizar la relación entre delincuencia y juventud.
Ambas relaciones presentan formas íntimamente vinculadas para analizar alteridades, formas de inclusión/exclusión en
las relaciones sociales producidas en el marco de la espacialidad urbana.
Significados referidos a la inseguridad y a
la violencia
Preguntadas las
personas sobre la importancia que le atribuyen a la inseguridad, la enorme
mayoría considera que es el problema más importante de la vida en la ciudad. Entre
las causas que explicarían este problema, las respuestas suelen coincidir en señalar
a la desocupación y al consumo de drogas. Pero es interesante analizar algunos
testimonios que la gente expresa a la hora de explayarse sobre el problema: “La
inseguridad es cada vez peor…tenés a todos los pibes dados vuelta en una
esquina tirados, te cobran peaje…no
podés pasar por ahí y si no les das no sabés como pueden reaccionar”
Este testimonio
fue expresado por un vecino del barrio de Pompeya pero es también la expresión
de otros vecinos, en otros barrios. La relación Inseguridad-violencia está
rápidamente asociada a jóvenes del barrio que se apropian de un espacio (una
esquina) y que despiertan la sensación de inseguridad y de violencia. La resultante
es una relación mayor entre una violencia que es producto del “estar dados
vuelta” como consecuencia de la droga o el consumo de alcohol y los jóvenes.
Pero vamos ahora
a otro testimonio que refiere a una problematiza social como el desempleo:
Los pibes ya no laburan, están vagueando todo el día
(…) lo que pasa es que este Gobierno pone guita en subsidios y ahí tenés, lo
gastan en falopa y alcohol. (..) Acá se perdió la cultura del trabajo, por qué
no ponen guita para que los pibes hagan algo y no estén vagueando todo el día.
El problema del
desempleo aparece asociado, como dijimos antes, a una de las causas de la
inseguridad. Hemos visto como inseguridad-violencia-juventud forman parte de
una tríada que se interrelaciona y produce significados sociales muy fuertes.
La cuestión del trabajo se traduce para algunas personas en una demanda hacia
el Estado, en una exigencia que adquiere esa magnitud a partir de la molestia
que ocasionan quienes aparecen como vagos
y mal entretenidos. Las expresiones que se escuchan a diario suelen ser,
como dijimos previamente, lugares comunes que no se presentan por primera vez
en este trabajo ni son la habilidad de un investigador astuto para capturarlas.
Son expresiones naturalizadas en buena parte de la sociedad pero que intento
reflejar su dirección hacia un destinatario común y hacer un ejercicio de
interpretación al respecto. Veamos otro ejemplo: la aparición de Prefectura
patrullando barrios como La Boca le ha devuelto cierta tranquilidad a los
vecinos porque “ya no se ven tantos vagos” y se transforma en un elemento de
confianza que, al revés, de la Policía Federal “no tranza con delincuentes y drogadictos”.[2]
La inseguridad
se convierte en un concepto menos abstracto y vago cuando se observa su
vinculación con la violencia: “hoy tenés que dar gracias si te roban y no te
lastiman”. Esa asociación entre los conceptos es la expresión de un conjunto de
personas que representan un índice significativo de los habitantes de la
ciudad. Al mismo tiempo es la mayor preocupación de los entrevistados, no sólo
por ser un problema considerado muy grave sino por ser el más grave de los
problemas.
Existen varias
formas de rechazo al otro. Existen otros cualitativamente distintos. Hay
discriminaciones por clase, otras basadas en argumentaciones étnicas,
fenotípicas- raciales, etc. Löic Wacquant (2007) en un estudio comparativo de
las formas de segregación en Estados Unidos y en Francia muestra las
diferencias entre ambos países y cómo en el primero predominan ghettos cuyas
características son más homogéneas y se expresa una segregación étnico-racial
más fuerte que en la periferia parisina
donde conviven personas de diferente origen étnico-racial-nacional. Según este
enfoque, entiende otras formas de segregación más presentes en Francia que
refuerzan la idea de clase.
También en
muchas declaraciones existen formas de rechazo de carácter generacional que se
suelen encontrar en las frases que incluyen tiempos verbales: “antes esto no
pasaba” o “ahora no se puede caminar por ningún lado porque está todo
liberado”. La alusión a los tiempos, al espacio y a las formas de alteridad
producidas en torno a la inclusión/exclusión de los otros, se observa claramente en la escuela. La
relación entre el universo adulto y joven en la escuela adopta la forma de una
relación jerárquica dada generalmente por autoridades, docentes y personal no
docente con algún tipo de autoridad (como preceptores) y estudiantes. Evans
Pritchard (1977) introduce la dimensión del tiempo para acercarnos al problema
del espacio los usos y las
representaciones en la sociedad Nuer. Las diferentes formas de
exclusión/inclusión surgidas de las relaciones de alteridad en la escuela
urbana permiten ver la complejidad del problema y la producción de sentidos
resultante de la interrelación de mundos que no son completamente autónomos y
que nos ayudan a reflexionar la cuestión de la violencia y la inseguridad. La
producción social del tiempo y la distancia en una escuela pública del barrio
porteño de Devoto alude a expresiones asociadas la cuestión generacional.
Dialogando con una docente sobre el problema de la violencia me dice:
la
escuela ya no es lo que era antes. Ahora a los pibes no les importa nada (…) si
vos te fijás y le preguntás (a los alumnos) de dónde vienen vas a ver que son
de Fuerte Apache, Sáenz Peña, Caseros…tenés de Provincia y de Capital ¿cómo no
va a haber violencia?
La asociación de
la violencia vuelve a estar vinculada a los jóvenes. En esta ocasión,
tratándose de una escuela muy cercana a la Av. General Paz, ya no sólo son los
jóvenes sino también jóvenes de la Provincia. La frontera definida en este caso
por la Av. Gral. Paz actúa como una demarcación, un límite constitutivo de un
espacio que en términos de Simmel (1986) cobra vida y sentido en la acción recíproca
de las personas. Esa frontera que divide Provincia y Capital agrega el
condimento espacial a la cuestión. Tenemos hasta aquí los significados que
buena parte del mundo social adulto hace de la violencia, casi como un atributo
de los jóvenes y tenemos también la adjudicación de la violencia al espacio y
al territorio. Junto a esto encontramos también la vinculación a un tiempo
presente en el cual hay valores subvertidos.
En líneas
generales en los barrios que integran el cinturón sur de la Ciudad de Buenos
Aires, donde la Prefectura y Gendarmería son las fuerzas que actúan en las
calles hay una sensación de inseguridad que, si bien no ha disminuido, se
mantiene equilibrada por el contrapeso que produce la presencia de Prefectura y
Gendarmería. Tal es así que en el diálogo con los entrevistados surgió
inevitablemente el tema de las rebeliones de Prefectura y Gendarmería tomando
el Edificio Centinela: “me parece bárbaro que peleen por lo de ellos, si se
rompen el culo, arriesgan la vida y, desde que están la cosa mejoró muchísimo”.
Lo interesante del caso es que inmediatamente expresada esta posición, que
coincide con la de varios vecinos, me interesó conocer cuáles eran las
apreciaciones de estas mismas personas respecto a la toma de colegios frente a
las reformas educativas propuestas por el Gobierno de la Ciudad. El siguiente
testimonio es la combinación de dos declaraciones diferentes que han sido
unificadas a los efectos de sintetizar una expresión común entre la mayoría de
las personas entrevistadas:
“Los
jóvenes están todos revolucionados. Es eso, esto es como una revolución que
están buscando…en vez de estudiar van a vaguear a la escuela, hoy está todo al
revés, ellos quieren estar por encima de los maestros y no puede ser así (…)
¿sabés lo que pasa? el problema es que ya vienen mal educado desde la casa; es
la familia la primera que tiene que educar, ¡si los padres mismos les enseñan a
ser vagos! ¿qué podés esperar?”
El lugar en el que habitan los jóvenes no aparece
como un dato menor: ser de Provincia o Capital, más allá o más acá de la Gral.
Paz, pero fundamentalmente ser de los barrios del imaginario del “norte”
porteño y ser de Fuerte Apache, por ejemplo. Detrás de esto es que aparece esa
relación nosotros/otros donde el
límite representa pautas de inclusión y/o exclusión. De la misma manera, se
produce en algunos barrios del Sur de la ciudad, al igual que en la escuela de
Villa Devoto una asociación con el lugar. Ya no sólo con los jóvenes sino
también con las zonas de dónde provienen esos jóvenes. “El mayor problema de la
inseguridad acá en este barrio es que estamos rodeados de villas”, tal como
expresara un grupo de vecinos en un bar de la zona de Parque
Patricios/Barracas.
Asistimos aquí
nuevamente a la cuestión sobre ghettos homogéneos y barrios heterogéneos.
Marginación étnico-racial y marginación por clase. La alusión a localidades del
conurbano bonaerense como las citadas refiere a la atribución de ciertas
características de clase.
Veamos el caso
de otra docente que también se muestra preocupada por la actual configuración
de valores y la inversión que habría sufrido la escuela pública:
“acá
vienen pibes para que les firme la libreta para cobrar la Asignación por Hijo. No
vienen a estudiar. Los padres de los pibes cobran y tienen como mínimo cinco
hijos, así que tienen un sueldo (…) te vienen a la escuela sin el material (…)
van a los piquetes…yo también pago mis impuestos”
Y detrás de este
comentario, mostrándose más compresiva agrega “yo entiendo lo social pero
bueno…”. Estas expresiones permiten en principio dos cuestiones: la primera es
la preocupación por un espacio público como la escuela asociada a su vez a un
espacio cargado de representaciones dónde lo público se expresa a través del
dinero. “Yo también pago mis impuestos”. Al mismo tiempo podemos extraer la
relación Asignación por Hijo-piquetes y una concreta asociación con la noción
de clase. La segunda cuestión se corresponde con la entrada en escena de un
nuevo actor: los padres/adultos que reciben dicho beneficio. Al igual que en
las referencias que los vecinos hacen respecto a las tomas, algunos docentes
entienden que hay una inversión de los valores. Donde a la escuela se debe ir a
estudiar y los jóvenes van a hacer política, a tomar el colegio o buscar la
firma que certifique su asistencia para cobrar un subsidio estatal. Todo bajo
la responsabilidad de los padres actuales, de “ahora” que son los formadores de
los jóvenes de “hoy”[3]
Esa dimensión
temporal para explicar problemas como la violencia y el sentimiento de inseguridad
asociada a ella refiere a un antes y a un “ahora”. A un “ayer y a un “hoy”. Tratando
de preguntar a las personas sobre cuál es la demarcación que divide ambas
temporalidades, normalmente aluden a “antes
cuando yo era chico/a (…) cuando yo iba a la escuela”. Preguntados por los
tiempos de la Dictadura Militar y a sus sentimientos de seguridad entonces,
tanto docentes como vecinos dan su propia visión del asunto:
“Lo
que pasa es que yo en esa época no tenía problemas…siempre trabajé y no estuve
en nada pesado (…) yo no voy a reivindicar a los militares pero sí es cierto
que los tiempos cambiaron (…) no estábamos todo el día en la calle, mi viejo no
nos permitía y además a la escuela teníamos que ir a estudiar…es que lo normal
es eso: ir a la escuela a estudiar”
Nuevamente
podemos apreciar cómo la cuestión juventud igual a violencia y ésta es igual a
sentirse más inseguros se complejiza cuando entran en escena una serie de
categorías que se movilizan y se interrelacionan. Durkheim y Mauss (1996) han
mostrado la relación existente entre las formas de clasificación. Prima un
orden jerárquico de clasificación, es decir que siguen el modelo de la sociedad
que clasifica donde prima el sentimiento más que el concepto mismo de
clasificación. Lo dicho por estos autores permite decir que no hay
clasificaciones preexistentes sino, por el contrario es la propia organización
social la que determina jerárquicamente las clasificaciones. Las formas de
clasificar dan sentido y confieren significado a las acciones al tiempo que
organizan el espacio. La noción de clase, la procedencia, categorías espaciales
y limítrofes a las que aluden vecinos y docentes entrevistados al clasificar a
los jóvenes, atribuyen diferencias cualitativas según su espacio socializador.
Un espacio socializador
en donde el universo adulto tiene responsabilidades. Aparece aquí una alteridad
que muestra el error de otros padres en la crianza de sus hijos. Un universo
adulto que aparece relativizado y siempre acusa a esos otros: “yo soy padre, por eso puedo hablar de los demás”.
“Son jóvenes pero para algunas cosas son
adultos y los tenemos que tratar como nenes”. La cuestión etárea y la
marginación clasista y racial.
Hemos planteado
hasta aquí un aparente antagonismo entre el mundo adulto y el mundo de los
jóvenes viendo como éstos últimos son señalados por los primeros como los
portadores de la violencia. A fin de evitar simplificaciones, es preciso mostrar
la interacción entre jóvenes y adultos y cómo se vehiculizan formas de
representación entrecruzadas. Las formas de segregación por clase o por etnia
se entrelazan de distintas formas. Por un lado en mis observaciones en la
escuela y en los barrios encuestados, aparecen discursos referidos al otro
portador de violencia en tanto joven, como el resultado de la crianza realizada
en contextos familiares donde se habrían perdido valores como el respeto, la educación, etc. Estos discursos se
entremezclan con algunas apreciaciones de rechazo de tipo clasista en tanto que
los violentos y las anomalías suelen presentarse en las clases populares. Por
otro lado, existe una tradición socialmente instalada -en el país y en la
Ciudad de Buenos Aires en particular – donde la estigmatización hacia el
“cabecita negra” se ha convertido en una práctica recurrente dirigida a las
clases populares. Sin embargo, aparecen algunas declaraciones naturalizadas en
espacios como la escuela. Declaraciones que además de expresar un tono que
descalifica al pobre, refleja una direccionalidad que presenta alusiones a las
características fenotípicas de las personas:
“yo
tengo experiencia, cuando empieza el año vos ves las caras de los pibes y te
das cuenta quien viene a la escuela a estudiar y quien viene por otra cosa…me
puedo equivocar pero la cara los vende, ya sabés más o menos de donde vienen” (declaraciones
de una docente de 2º año).
Por otro lado,
de parte de los jóvenes también hay formas de construir a los otros; esa
alteridad no siempre está representada por los adultos. Preguntado por su
percepción de la inseguridad un joven, Jorge de 17 años del barrio de La
Boca cuenta que hay zonas del barrio
donde es muy peligros transitar: “Para el lado del bajo no podés ir. Ahí paran
todos chabones re pesados que están muy zarpados, viven en conventillos y te
chorean a cualquier hora porque están
todos enfierrados”. No se expresa generalmente por parte de los jóvenes una
alusión a valores específicos sino más bien a una traducción de éstos en los
códigos. En la escuela, por ejemplo, un joven de 1º año me contó que vive en
una zona donde se roba mucho: “en mi barrio yo paro con un par de guachos que
viven choreando (…) a los viejos no se les roba y a los vecinos del barrio
tampoco (…) hay otros giles que lo hace pero no tienen códigos”.
Independientemente de esta declaración, lo que interesa mostrar aquí es cómo en su expresión no aparece el adulto
como un antagonista directo sino que son otros giles, otros jóvenes que violan los códigos. La construcción de
significados que muchos jóvenes hacen puede notarse en la interacción cotidiana
con otros adultos en la escuela. Los estudiantes entrevistados son concientes
de que muchos adultos responsabilizan a los jóvenes por la violencia, cuestión
que explican de diversas maneras y que presentan matices y tonalidades pero que
generalmente los colocan en la posición violentos (y casi sujetos de temer).
Ante la pregunta hecha a los estudiantes secundarios por cómo analizan este
fenómeno, responden de diferentes formas. Algunos entienden que hay muchos
jóvenes violentos y que por eso “se mete a todos en la misma bolsa”. Otros, en
cambio, creen que como muchos adultos “fueron criados en otra época, había
milicos y como les prohibían todo creen que si nosotros hacemos lo que ellos no
pudieron está mal”.
La pérdida de
valores también aparece en algunas expresiones comunes que se intentan reflejar
aquí y que también se asocian al uso del espacio. Por ejemplo un comerciante de
Parque Patricios manifestó su preocupación por tratar a los jóvenes como a
adultos:
“Desde
que enrejaron el parque vivimos más tranquilos
porque antes eso era un rejunte de vagos (…) a los pibes no se los puede tocar,
siempre son víctimas de todo porque son chicos pero al Parque no podía ir una
familia porque estaban ellos chupando y falopeándose (…) yo creo que debería
volver la colimba así aprende un oficio, algo…total si ahora van a poder votar
que sean adultos para todo”
Intentamos
mostrar que en las percepciones sobre la violencia se manifiestan aspectos muy
ligados a las formas de concebir el espacio y en él las propias interacciones
que le dan forma. En no pocas ocasiones las expresiones hacia los jóvenes
persiguen este formato de espacialidad y esto se aprecia en declaraciones que
poco tienen que ver con el nivel profesional de las personas sino, entre otras
cosas, con las formas de entender el espacio social:
“Acá
a la escuela vienen chicos y chicas adolescentes. Lo que no sé es por qué le
decimos secundaria a una primaria encubierta. Porque se sigue pensando que
chicos de 15 años son nenes, entonces no se puede aplicar ninguna autoridad,
pero resulta que las nenas quedan embarazadas, estos nenes son padres, muchos
trabajan (…) entonces desde que adherimos al Pacto de San José de Costa Rica,
un pibe viene, me clava un cuchillo y la culpable soy yo. ¿Los tenemos que
seguir tratando como nenes”(Ana María, docente de plástica)
Siguiendo a
Kessler (2009) podemos ver cómo se construyen los relatos a partir de la propia
experiencia de las personas en los espacios. Desde el transitar la ciudad y la
escuela, este autor nos muestra cómo los relatos de las personas se vinculan
con la experiencia urbana. Y es en base a esa experiencia que también las
personas construyen imaginarios y sus propias visiones de mundo.
Consideraciones finales
Lo que hemos presentado como mundo de los adultos y
de los jóvenes están en permanente diálogo. Para nada se trata de esferas
autónomas. Lo que hemos intentado hacer aquí es meternos en algunas de sus
muchas particularidades asociadas a la violencia, buscando problematizar
discursividades muy presentes en los relatos de las personas y que buscan
explicar y registrar la presencia de otro. Dijimos que los jóvenes son objeto
de las acusaciones de muchos adultos que interpretan que ha habido una suerte
de involución social. Hemos tratado de recortar una problemática sumamente
amplia y compleja (mucho más que lo permite cualquier extensión escrita)
atendiendo a ciertas expresiones comunes que se pudieron recoger y que acentúan
una culpabilidad en los jóvenes. Hilando más fino, en jóvenes pobres pero
también en jóvenes que reciben el apelativo de “vagos” que hacen uso del
espacio y que lo practican, sea en la escuela o en las calles del barrio.
Encontramos en esto una asociación con el análisis de Wacquant quien mostrando
los antagonismos presentes en la cites de la periferia de Paris, destaca la
fuerte oposición entre jóvenes y el resto de las categorías sociales puesto que
la propia opinión pública “suele
considerar a los jóvenes como la principal causa del vandalismo, la
delincuencia y la inseguridad, y se cree públicamente que son los responsables
del empeoramiento de la situación y la reputación de las banlieues” (2007: 219). Pero en rigor de verdad
también es justo reconocer que no se agotan ahí las definiciones, no son los
jóvenes la única causa de la inseguridad y de la violencia sobre quienes cargan
las tintas las personas. También lo hacen contra las autoridades
gubernamentales. Para muchos entrevistados “los políticos prefieren dar
paliativos como subsidios y no dar trabajo”. O en algunas declaraciones hechas
con un tinte más progresista que asegura que la violencia es el producto de la
desigualdad social y, como dijo una docente en plena clase de Educación Cívica,
refiriéndose al tema “la mano del chico
que pide si no tiene para comer va a salir a robar”. Las declaraciones varían.
Las explicaciones responden a justificaciones pluricausales y no a algo
unívoco. No obstante es llamativo cómo se asocian violencia, juventud y pobreza
con el sentimiento de inseguridad. Incluso los argumentos más progresistas del
hombre y de la mujer de a pié y de algunos profesionales de la educación en cotidiana
interrelación con jóvenes de clases subalternas, entienden que la desigualdad
puede ser una explicación válida para el problema. Nos interesa cerrar este
trabajo con la pregunta por cómo lograr estudiar las dinámicas y
transformaciones sociales que, además de la pobreza, pueden estar vinculadas
con el terreno de las posibilidades, utopías y anhelos de muchos jóvenes,
sin que esto sea necesaria ni
matemáticamente la resultante de la pobreza. Lo planteado hasta aquí no busca
cerrar ni hipotetizar las causas de la violencia sino pensarla más allá de su
asociación con la noción convencional de
inseguridad. Se trata de una primera aproximación para lograr, en un futuro,
superar la violencia pensada como una anomalía social; se espera valerse de las
herramientas de algunas corrientes de pensamiento social que, preocupadas por
la transformación han problematizado los usos y formas de la violencia más allá
del sentido convencional dominante.
Bibliografia
DURKHEIM, Émile y MAUSS, Marcel (1996) [1903] “Sobre algunas
formas primitivas de la clasificación”, en Clasificaciones primitivas (y otros
ensayos de antropología positiva). Barcelona,
Ariel
EVANS-PRITCHARD, E. E. (1977) [1940] “El tiempo y el espacio”, en Los nuer. Barcelona, Anagrama.
KESSLER, Gabriel (2009) “La gestión de la inseguridad”, en El
sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito. Buenos Aires, Siglo
XXI.
SIMMEL, Georg (1986) “El espacio y la sociedad”, en: Sociología 2.
Estudios sobre las formas de socialización. Madrid,
Alianza Editorial
WACQUANT, Loic (2007) “Estigma y divisón: del corazón de Chicago a
los márgenes de París”, en Los condenados de la ciudad. Guetos, periferias y Estado. Buenos Aires, Siglo XXI.
[1] El Operativo Cinturón Sur
es una medida dictada en 2011 por el Ministerio de Seguridad que consiste en
reemplazar paulatinamente a la Policía Federal por Gendarmería y Prefectura en
los barrios del Sur de la Ciudad de Buenos Aires.
[2] En el
barrio de Pompeya se produce la particularidad de que la Comisaría nº 34 se
encuentra actualmente intervenida tras protagonizar algunos hechos de
corrupción y asesinatos. Tal los casos de Fernando Carrera quien estuvo preso
durante siete por el armado de una causa conocida como la “masacre de Pompeya”
y el caso de Ezequiel Demonty, quien perdió la vida luego de ser torturado y
obligado arrojarse al Riachuelo junto a otros dos jóvenes. En el caso de
Pompeya la alusión a la corrupción policial por parte de los vecinos se refiere
tanto a la “tranza” como a acontecimientos de este tipo. Mientras que el común
denominador de los demás barrios del sur el signo de confianza está puesto en
que no se tejen alianzas con delincuentes.
[3] Las
expresiones “ahora” y “de hoy” son repetidas constantemente para hacer alusión
a la dimensión temporal donde los valores aparecen subvertidos produciendo
anomalías en las familias, en la juventud y en cuestiones sociales como la
violencia y la inseguridad.
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